Por Humberto Acciarressi
"De Agripina y de mí, sólo puede nacer un monstruo", dijo Enobarbo cuando nació Nerón. No son palabras simpáticas en boca de un papá. Cuando éste murió y la madre fue desterrada, el chico pasó al cuidado de Lépida, la tía prostituta. A los 13 años fue adoptado por el emperador Claudio por pedido de Agripina. Cumplido el trámite, la mujer comenzó la meticulosa tarea de envenenar al mandamás imperial. Lo raro de esta historia es que Nerón, digno personaje de Shakespeare, quería ser cantante, poeta, escultor, actor y bailarín. Pero fue un emperador monstruoso. Aunque ahora, en una curiosa y extensa muestra en Roma, se quiere reivindicar su costado bondadoso. Hay que añadir que es tarea difícil.
Si bien al comienzo Nerón era tímido, un mal día se le aflojaron los tornillos. Mandó matar a sus maestros, a artistas y poetas, a posibles herederos del trono. Intentó dos veces liquidar a su madre y falló. La tercera fue la vencida. Dos esposas, Octavia y Popea, corrieron la misma suerte, igual que otros familiares. Enamorado de un joven, lo castró y le hizo practicar una incisión para que pudiese dar a luz un heredero. Un loco de remate. Sobre el incendio de Roma, observado por él mientras tocaba la lira, Suetonio da por válida la historia y Tácito duda. Idas y vueltas en el medio, quiso suicidarse y como no podía, mandó a un esclavo que lo matara. Antes de expirar alcanzó a decir: "Qué gran artista pierde el mundo". Un demente con todas las letras.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)