Emilio Salgari -nacido en Verona el 21 de agosto de 1862- perteneció a esa clase de escritores que realizan su obra en medio de la tragedia personal. Admirador de los trotamundos, gran parte de sus libros fueron escritos entre las pobres paredes de su casa para escapar de las penurias que pasaba su familia. Leí sus libros en la colección Robin Hood, sin tener la menor idea de su atribulada vida. "Los tigres de la Malasia", "Cartago en llamas", "El corsario negro", "Sandokan" -84 novelas e infinidad de relatos cortos- no sólo transportaban al lector a escenarios y aventuras maravillosas, sino que suponían imaginar que su autor conocía al dedillo esos sitios de maravilla ¿Cómo sospechar que apenas había realizado un par de viajes?
Su esposa Ida Peruzzi, a quien amaba intensamente, y sus cuatro hijos, eran su prioridad. Los vio padecer hambre, rogó más dinero por sus libros e imploró por un plazo por sus deudas, mientras escribía como un desesperado. Un mal día de hace cien años, su mujer enloqueció. Una semana después, el 25 de abril de 1911, Salgari se recostó en un árbol en un bosque de Turín y se abrió el vientre. Dejó tres cartas: a los hijos, a los diarios, a sus editores. En esta decía: "A ustedes que se enriquecieron con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria y peor, sólo les pido que en compensación por las ganancias que les dí, se ocupen de los gastos de mis funerales. Los saludo rompiendo la pluma". Siempre me pareció uno de los casos más conmovedores de la literatura.
(Publicado en la Columna de Cultura de La Razón, de Buenos Aires)