No me voy a extender mucho en palabras, porque este post se trata de imágenes. Sólo diré que en casi ninguna manifestación artística me enamora demasiado la naturaleza en crudo, sin el componente humano. Para decirlo de otra forma, me interesa más Cartier Bresson que el National Geographic. Y si soy aún más franco, no recuerdo grandes entusiasmos con el cielo en el ámbito de la fotografía. Sólo cuando la mano del fotógrafo -en este caso de la fotógrafa- es muy diestra y la sensibilidad muy agudizada, el cielo deja de ser un poster aburrido para transformarse en un vasto escenario con vida propia.
En la película Smoke, basada en la obra de Paul Auster y llevada al cine por el propio escritor y el director Wayne Wang, el personaje de Harvey Keitel está obsesionado por los recuerdos que emanan de un álbum de fotos, tomadas todas delante de su negocio con una cámara robada. El detalle es que la máquina está siempre en el mismo lugar y en consecuencia fotografía la misma esquina. Lo que muestran las imágenes es ajeno a la voluntad del fotógrafo. En las fotografías de Julieta Ciancio (de quien ya hemos subido algo en este blog: ver acá), uno encuentra lo que ella quiso que se viera. No se puede escapar a su mirada. Por los edificios que se ven al fondo de algunas de las fotos, podemos presumir que muchas fueron sacadas desde el mismo lugar. Y sin embargo ninguno de sus "cielos" es igual al otro.
Insisto: nunca me han entusiasmado demasiado las fotografías del cielo (algo similar me ocurre con el mar). Que las de Julieta sí lo hagan ameritan esta entrada y la invitación a nuestros lectores a que vayan a su página y se llenen ustedes mismos de esos cielos. Acá, como adelanto, van algunos de ellos.