Por Humberto Acciarressi
Dominique Roger es una leyenda en el ámbito de la fotografía internacional. Por eso se la respeta, aunque sus reflexiones sobre este arte tan complejo no suelen coincidir con la de muchos teóricos. No es fácil digerir, en un mundo hiperrealista, que alguien diga que la fotografía debe mostrar aquello que la gente no puede ver. Y especialmente si ese alguien es Roger, cuyo pasado periodístico la llevó a hacer grandes monumentos del fotorreportaje en blanco y negro, y con el sólo recurso de los métodos tradicionales.
Los problemas de la educación y de la situación femenina en el mundo fueron algunas de las obsesiones artísticas de esta mujer nacida en Paris en 1932, en el ámbito de una familia de clase media en la que ningún integrante miraba con entusiasmo alguna manifestación del arte. Para colmo, no fueron buenos tiempos para una mujer. Un encuentro casi fortuito con la fotografía (a los diez años pidió una cámara para fotografiar las olas del mar) determinó que Roger se entusiasmara y se le abrieran las puertas de una actividad que durante una treintena de años la llevó a los lugares más remotos del planeta como directora de fotografía de la Unesco. Ancianos, niños, mujeres de más de setenta países fueron retratados por Dominique. De acuerdo a sus propias palabras, su paso de unos cinco años por el periodismo no le había aportado tantas satisfacciones como su trabajo en el organismo internacional.
Luego llegó el tiempo de la jubilación. Sus fotos, que ya se venían insinuando en ese sentido, cambiaron radicalmente. Comenzó con las abstracciones: huellas dejadas por el mar, fragmentos de una pared, pequeños detalles de una vieja puerta, las ondas en el agua de un canal veneciano. No extraña, entonces, que una muestra como la que se puede visitar en el Cultural Recoleta lleve por nombre "Du Concret à L´Imaginaire" ("De lo concreto a lo imaginario"). Aunque sean, naturalmente, dos maneras de encarar la realidad, en el sentido de aquella frase de Paul Eluard: "Hay otros mundos pero están en éste". Su paso de la fotografía analógica a la digital le trajo muchas críticas. Allá con ellas. Sus fotos son verdaderas obras de arte. Visitar la muestra es comprobar este hecho.
(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)