Ayer escribíamos sobre la metáfora de las inundaciones en los albores de nuestra literatura, especialmente "El matadero" de Esteban Echeverría. Las tremendas imágenes que estamos viendo en media provincia de Buenos Aires y otras regiones del país que se encuentran bajo el agua, no hacen más que confirmar que - como sostenía Oscar Wilde- la realidad imita al arte. Y, añadimos nosotros, lo supera. Además de confirmar los desatinos gubernamentales, la ausencia del estado que "se miente" presente, y aún reconociendo los fenómenos climático-ambientales en los que se escudan los culpables de no hacer nada, hay que reflexionar sobre aquellas cosas que la gente, o mejor dicho las personas, y mejor aún cada uno de ellos, pierde. Es normal que se quejen en los noticieros y ante cualquier periodista que sus casas han sido devastadas, y con ellas heladeras, televisores, computadoras, camas, ropa, cocinas y todo eso que hace la vida moderna más vivible. Personalmente he cubierto varias inundaciones y les aseguro que una cosa es escribir sobre ellas desde un bote y otra muy diferente vivirla con medio cuerpo bajo el agua, dentro de tu propia casa.
Pero hay asuntos de los que pocos se ocupan, por lo menos públicamente. He visto a personas con el alma partida tirar, después de una inundación, paquetes con un hedor insoportable a humedad, cuyo contenido es ese que nadie jamás podrá reponer. Me refiero a cartas, fotos, objetos personales, en fin, recuerdos. Imagen, olor y sonido, sintetizó Alesandro Baricco en "Tierras de cristal". Es allí cuando deja este testimonio: "Porque es así como te fastidia la vida. Te pilla cuando todavía tienes el alma adormecida y siembra en su interior una imagen, o un olor, o un sonido que después ya nunca puedes sacarte de encima". El turinés resume lo que siente, no "la gente" en plural, sino cada individuo cuando se desprende de esos recuerdos que ya la naturaleza y la desidia de otros han estragado.
Es de esta manera que se pierden para siempre antiguos juguetes, cuadernos de notas, álbumes de fotografías, libros queridos, recetarios de cocina, cartas de amor o desamor, agendas. Cosas privadas que por pudor y respeto deberían ser inmunes al agua. Pero ese es un deseo de ciencia-ficción. La verdad es que la vida de una persona, sus sueños y sus derrotas, quedan en la antesala definitiva del olvido durante una inundación. En esas ceremonias de desprendimiento, que son posteriores a la catástrofe, se observan los componentes de la descripción de Baricco: imagen, olor y sonido. La imagen es tremenda; el olor indescriptible por lo nauseabundo; el sonido es un murmullo con sordina más tenebroso que el silencio. Estos dramas personales multiplicados por miles no entran en ninguna estadística, y mucho menos en las de quienes hacen cálculos sobre las tragedias ajenas. Tiene razón Baricco: es así como te fastidia la vida.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)