21 agosto 2015

La cebolla convertida en una pieza de boutique


Por Humberto Acciarressi

"La tierra así te hizo, cebolla, clara como un planeta, y destinada a relucir, constelación constante, redonda rosa de agua, sobre la mesa de las pobres gentes", escribió en un poema Pablo Neruda. Y en su célebre "Nanas de la cebolla", en los umbrales de su muerte en las cárceles franquistas, Miguel Hernández dejaba correr su pluma pensando en su hijo: "En la cuna del hambre, mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba. Pero tu sangre, escarchada de azúcar, cebolla y hambre". Estos son apenas dos de los poemas que se refirieron a la cebolla y a su relación con el hambre y la pobreza, a los que habría que agregar el popular y anónimo "contigo pan y cebolla", como metáfora que el amor bien vale encararlo hasta en la miseria más absoluta.

Pero la realidad argentina ha convertido un hecho consumado en un fenómeno modificable: las ligas y asociaciones de consumidores han declarado un "boicot a la cebolla", puesto que la planta herbácea se fue desde la tierra hasta las nubes en materia de precio. Efectivamente, desde que comenzó el año hasta el pasado sábado, el aumento de la cebolla llegó al 222,11 %, pero en los últimos días trepó a límites escalofriantes. Y el propio Mercado Central está importando cebolla de Nueva Zelanda y de Brasil. Lo cual parece un chiste, pero no lo es. A los factores climáticos y a la merma de la producción en Cuyo, el sur bonaerense, Río Negro y otras zonas productoras, hay que añadirle el atraso cambiario. Y es de esta forma que la cebolla pierde toda poesía.

Resulta obvio que una cebolla a casi 50 pesos el kilo va en contra del popular adagio de la pobreza. O en todo caso habría que cambiarlo por el "contigo pan y caviar", o "contigo pan y salmón rosado". Los productores aseguran que poco a poco el valor se irá acomodando, pero pocos recuerdan que el mismo figura a menos de 10 pesos en el listado de "precios cuidados". Es cierto que oportunamente el boicot al tomate y otros productos consiguieron que bajaran, pero nadie se imaginaba que en la volteada iba a caer la cebolla. Más allá de las imágenes poéticas de Hernández y Neruda, hasta no hace mucho la cebolla hacía llorar al cortarla. Ahora uno derrama lágrimas solamente al pensar en ella, o al verla, inalcanzable, en alguna verdulería boutique.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)