12 agosto 2015

Las inundaciones, constante argentina desde "El Matadero"


Por Humberto Acciarressi

A fines de la década del 30 del siglo XIX, bajo la tiranía centralista, ultramontana y feroz de Juan Manuel de Rosas, y de su Triple A, la Mazorca, uno de los perseguidos, el joven escritor y poeta Esteban Echeverría (cuya obra total excede largamente a las más conocidas "La cautiva" o el "Dogma socialista") escribió el que muchos consideran el primer cuento argentino: "El matadero", que por razones obvias permaneció inédito hasta 1871, cuando su autor ya había muerto de tuberculosis dos décadas antes. El heredero de la escuela romántica usó ese sitio de espanto en donde se masacraban a los animales para representar el régimen rosista, cuyo líder "adorado" tenía como único objetivo enriquecerse en el poder creando falsas polarizaciones con gran éxito. En tal sentido, David Viñas ha señalado que "El matadero" es la mayor metáfora de la política argentina. Y aunque hay quienes lo consideran un ensayo sociológico más que un cuento, la verdad es que es uno de los relatos literarios que ningún argentino (ni sudamericano) debería dejar de leer. Pero este recordatorio no es casual.

Como se recuerda, "El matadero" comienza con una tormenta catastrófica. Que más tarde traerá una peste, que a su vez acarreará la hambruna del pueblo y de los animales, además del cierre del matadero. Y en todo el transcurso. la violencia desatada con un vigor literario de gran maestría. Pero, para ponerlo a tono con lo que ahora ocurre, recordemos el inicio de la tempestad, con las propias palabras de Echeverría: "Sucedió, pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa. Los caminos se anegaron; los pantanos se pusieron a nado y las calles de entrada y salida a la ciudad rebosaban en acuoso barro. Una tremenda avenida se precipitó de repente por el Riachuelo de Barracas, y extendió majestuosamente sus turbias aguas hasta el pie de las barrancas del Alto. El Plata creciendo embravecido empujó esas aguas que venían buscando su cauce y las hizo correr hinchadas por sobre campos, terraplenes, arboledas, caseríos, y extenderse como un lago inmenso por todas las bajas tierras. La ciudad circunvalada del Norte al Este por una cintura de agua y barro, y al Sud por un piélago blanquecino en cuya superficie flotaban a la ventura algunos barquichuelos y negreaban las chimeneas y las copas de los árboles, echaba desde sus torres y barrancas atónitas miradas al horizonte como implorando la misericordia del Altísimo. Parecía el amago de un nuevo diluvio".

Cualquier parecido con lo que está ocurriendo en estos días, y que nadie hizo nada por arreglar en estos años, no es casualidad. Ni Echeverría ni Viñas se equivocaban. La Argentina sigue cautiva de aquellos males que ocurrieron cuando el país aún tenía pocos años de vida. Y hoy como ayer, la tormenta y las inundaciones son una constante que resignifican el divorcio entre quienes gobiernan y aquellos que sufren las consecuencias. "El matadero" tuvo algunas adaptaciones en el cine y en el teatro, pero éstas jamás alcanzaron la contundencia del relato de Echeverría. La pantalla grande fue, ya a mediados del siglo XX, la que mejor interpretó el tema de las inundaciones, con películas como la matáfora de "Las aguas bajan turbias" de Hugo del Carril (basada en el cuento "El río oscuro" de Alfredo Varela), "Los inundados" de Fernando Birri, "El viaje" de Fernando "Pino" Solanas, "Ultimas imágenes del naufragio" de Eliseo Subiela, por mencionar algunas al azar de la memoria. La lista en la literatura también es larga y la dejaremos para otra oportunidad, sin dejar de recordar que - mientras tanto- miles de argentinos están sufriendo, ya entrado el siglo XXI y a casi dos siglos de "El matadero", las terribles consecuencias que acarrea el drama de las aguas que no sólo bajan, sino que también suben muy turbias.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)