06 febrero 2014

Otra vez, las peores contraseñas de la web


Por Humberto Acciarressi

Aunque parezca un chiste, no lo es. Tenemos que volver sobre nuestros pasos y tratar de no repetirnos en lo que escribimos en varias oportunidades. Porque increíblemente sigue siendo motivo de preocupación. En especial en estos tiempos en los que se ha puesto de moda robarle a los mediáticos fotos y videos pornográficos, lo que tiene alarmada a toda la farándula internacional. Alguna vez confesé que me causaba gracia -si bien parece fruto de una extraña enfermedad mental- cuando a alguien le dicen que "123456" es una contraseña poco segura, y la persona en cuestión la cambia por "12345678". Decime cruel, pero el que no se ría que tire la primera piedra.

Alguien, en una oportunidad poco feliz, hizo correr una bola. Sostenía que la elección de una clave de acceso a un mail es una tarea difícil. Puede ser. Pero frente a esto cabe preguntarse qué le queda a los bomberos o a los médicos que trabajan en medio de un incendio o una guerra. Claro que si uno conversa con ardillas tiene que comprender sus hábitos de razonamiento. Personalmente creo que un mono -y de los más primitivos- jamás pondría "password" ni "abc123" como clave de su Gmail, y mucho menos "111111". Y sin embargo esas son las mismas que eligen millones de personas. Y ni hablar de las contraseñas "iloveyou", "123123", "password1", "jesus", "ninja", "mustang" o "welcome". Los hackers se hacen verdaderas fiestas.

Lo más interesante es que son los propios piratas informáticos quienes informan -y se ríen a carcajadas- de las claves de acceso que utilizan millones de usuarios. Y así se vulneran cuentas de todo tipo, que obviamente incluyen las bancarias y de transferencias de dinero. Quiero creer que la de los organismos de seguridad de cualquier estado son más complejas, pero no estoy en condiciones de asegurarlo. Lo que verdaderamente queda claro es que si los mismos hackers te dicen que tu falta de originalidad te convierte en una víctima potencial, la culpa es tuya. Y puedo afirmar que no hay genes que te justifiquen.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)