06 febrero 2014

El telemarketing que te vuelve loco


Por Humberto Acciarressi

Es la plaga de la era de las comunicaciones planetarias. Pero, además, no es legal y viola el principio de reserva de datos personales y privados. Se trata de los odiosos enviados por aquellas empresas que, a las horas más insólitas del día -que obviamente incluyen la noche-, te llaman a tu teléfono de línea o a tu celular para ofrecerte cualquier cosa. Y el "cualquier" debe ser considerado en su acepción más peyorativa. Hay bancos y entidades crediticias de primera línea, que te molestan para informarte: "Hemos decidido otorgarle una tarjeta de crédito..." ¡¡¡ Pará, pará, pará!!! ¿quién les pidió algo a ustedes? Y mucho menos una tarjeta. Es un verdadero karma. Incluso hay despachos de bebidas con delivery que te abruman para dejarte sus datos. Y ni te cuento cuando el llamado llega desde Lima, Perú, con otro huso horario, y vos ya estás durmiendo. "Señor, lo ´iamaba´ para ofrecerle un celular...". ¿Vos sos de Lima, verdad? "Pues sí señor, ´io´ lo molesto...". Honestamente no me molestás, pero espero que sepas entender que esta charla acaba de terminar.


Pobres telemarketineros, trabajadores como cualquiera de nosotros que por culpa de quienes les dieron el laburo se han convertido en los seres más odiados del mundo, después de los partidarios de Pinochet. Seguro ya te pasó, aunque te lo refresco: el mensajito que te llega vía celular -unas cincuenta veces por día- para comunicarte que te ganaste un auto que no tiene nada que envidiarle al de James Bond. Aunque parezca mentira hay quienes han caído y así les fue. Porque el celu también es bombardeado por entelequias truchas o no, aunque siempre ilegales si no cuentan con tu previa aprobación. Hay una subespecie -con esos ya no tengo piedad- que son los que se hacen los ofendidos si te negás a escucharles el verso. Me pasó hace poco, con una telemarketinera que me hablaba en nombre de un prestigioso banco. Comenzó consultando por mí y -previa discusión cuando le pregunté por quién le había vendido la base de datos con mi nombre- terminó acusándome de no ser yo. Todavía doy las gracias por no conocer la cueva desde dónde me llamaba.

Hay maneras abruptas de cortarles el mambo lo antes posible. Por ejemplo colgar el tubo sin más trámites. Pero no siempre es lo mejor, ya que intentarán de nuevo, una y otra vez. Una buena alternativa es, cuando preguntan por alguien, decir con tono dolido que esa persona "falleció hace quince años", o bien que "está encarcelado por delitos múltiples". El "¡¿Cómo?!, no oigo nada... estos teléfonos están cada vez peor...." es una variante, pero no tan contundente como decir que uno es un albañil que está refaccionando la casa, obviamente a la venta. Confieso, con orgullo, que una vez ladré como un perro hasta que la persona colgó. Responder en un idioma inventado no es mala opción, como tampoco lo es repetir cada palabra que te vayan diciendo, como si fueras el eco. Conozco gente que se ha puesto a cantar y a alguno que se hizo pasar por el oficial inspector de una comisaría. En rigor, cualquier cosa que se te ocurra es digna de ser tenida en cuenta para cortarles el chorro a estas molestas empresas, encarnadas en unos pobres marketineros, que son su línea de avanzada. Es decir, aquellos que mueren primero en cualquier guerra.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)