En medio de tanta tragedia, sinsabores, mala onda, tsunamis y terremotos que lastiman cotidianamente al mundo, cada tanto aparece una noticia que ennoblece al género humano (¿?). Sin darle más vueltas al asunto, una familia suiza, gracias a una orden judicial, se liberó de pagar una deuda contraida con la iglesia Católica en... ¡¡¡1357 !!! Según cuentan, hace unos seis siglos, un tal Konrad Muller mató a un hombre. Y no le hicieron nada, ya que entonces se estilaba poner unos manguitos y seguir con la dolce vita.
El tema es que el criminal andaba bastante preocupado por su alma, razón por la cual fue a la iglesia más cercana de su comarca y arregló con el cura. El tipo entregó una lámpara para el sagrario del templo y se comprometió a poner la plata para que el aceite nunca se acabara. Una forma de mantener la llama. Cuando el tal Konrad enfrentó ese ritual que todos deberemos afrontar en algún momento, la muerte, le dijo a su familia que sus descendientes debían honrar el pacto. Una rata sin escrúpulos.
La cuestión es que los centenares de personas que poblaron las ramas de su árbol genealógico en estos seis siglos, año tras año fueron a la iglesia a poner la plata para el aceite de la lámpara. Hasta que alguno de ellos, con dos dedos de frente, le dijo basta a esta ridiculez tan duradera. No pasó mucho tiempo hasta que la iglesia llevó a la familia Mueller a los tribunales, por falta de un par de pagos, equivalentes a 76 dólares. Unos cararrotas bendecidos.
Durante seis siglos estafaron a varias generaciones de individuos y los llevaron a juicio por menos de cien verdes. Lo que no esperaban las autoridades eclesiásticas es que hasta la ley estaba a favor de los robados. Dicho en buen romance, un tribunal del cantón de Glaris dictaminó que las prácticas legales del siglo XIV quedaron definitivamente sin efecto por las reformas de préstamos en el siglo XIX. Para los Muller, una familia de ingenuos, fue una buena noticia ¿Y el alma del criminal? Bien, gracias, el bisabuelo la pasa bomba.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)