Mientras la industria de los videojuegos se perfecciona hasta límites insospechados, hay padres que, para alejar a sus hijos de los mismos, están dispuestos a hacer cualquier cosa. Y en China ni te cuento. Esta historia grafica más que nada la locura en la que queda inmersa la gente adicta y sus familiares.
Todo comenzó cuando Xiao Feng, un joven de 23 años (ya un tipo grande, che) no hacía otra cosa que jugar en la red. Le avisó a sus padres que esa era la única ambición de su vida, razón por la cual ni se lo imaginaran estudiando o trabajando. Un vago en toda la línea, pero además un caradura. Incluso cuando la madre le dijo que aunque sea se buscara una novia, el muchacho le preguntó si estaba loca. Antes que nada quería perfeccionarse en el arte de los juegos masivos on line. Un imbécil importante.
En algún momento de su desesperada vida, el padre de Xiao pensó seriamente en matar al joven. Pero no realmente, sino a través de un asesino virtual, un mercenario especializado en juegos de computación de cuyos servicios se enteró por un amigo. Arreglado el asunto, el vicario se dedicó a desafiar al retoño del señor Feng y, uno a uno, a liquidar a los avatares del grandulón en juegos como "World of Warcraft".
El objetivo del padre era (y es) que Xiao se pudra de perder y de ver como sus personajes son aniquilados por el extraño sicario que cambia de personalidad de acuerdo a la ocasión. Con eso, piensa don Feng, el hijo tal vez abandone la pantalla y se dedique a estudiar, trabajar, sociabilizar y eventualmente a conseguir novia. Aunque esto último parece lo más difícil actualmente.
Al momento de escribir estas líneas, el muchacho sigue perdiendo y todavía no dejó los videojuegos. Sospechando del asunto, amenazó al padre: "Si no juego, tampoco estudio ni trabajo". Y el padre se hizo el que no entendía de lo que hablaba. Hay ocasiones en la que deja de mirar la pantalla -alli donde su madre le lleva la comida- y se sienta frente a la pared. Del otro lado de la pantalla, al acecho, lo espera el matón virtual.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)