Por Humberto Acciarressi
Que haga trampas -aunque los expertos dicen que es muy difícil- vaya y pase. Pero que se mande la parte, y que después de obtener el tercer puesto en un maratón se jacte de lo mucho que le costó, lo ubica en el umbral de la estupidez y mucho más alla del caradurismo. Rob Sloan es un inglés de 31 años, que llegó tercero en el Maratón de Kielder y obtuvo la medalla de bronce en dos horas y cincuenta y un minutos. Fue entonces cuando comenzó a hacerse el atleta impar, el invencible, el que era capaz de correr sin cansarse. Un fanfarrón sin retorno.
Sin embargo, los corredores que arribaron después de él coincidieron, asombrados, que Sloan no los había superado nunca. Lejos de las sospechas, el caradura festejaba. Sin embargo, el suceso comenzó a adquirir ribetes de escándalo cuando varias personas del público aseguraron verlo subir a un colectivo en el kilómetro 32 y bajarse del mismo cerca de la meta. La verdadera historia comenzó a salir a la luz.
Una de las escenas más bizarras de esta historia fue cuando alguien lo vio agachado entre unos arbustos mirando para todos lados, y salir trotando hacia la meta que cruzó con cara de algarabía. El muy chanta llegó tercero como podía haber sido primero. Lo raro fue que era el único que no tenía cara de cansado en el podio, y levantaba los brazos y saltaba como si estuviera en un recital.
Pero la mentira tiene la patas más cortas que las de la enana Noelia y el misterio del maratonista fantasma se aclaró. Acorralado por corredores y público (y por el que arribó cuarto, que no pudo acceder al podio por culpa del chanta), Sloan confesó. Uno de los promotores le dijo en la cara: “Esto es peor que correr drogado”. Tuvo que devolver la presea. Y del papelón que pasó difícil que vuelva. Corriendo o en colectivo.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)