Hasta el momento, la muerte de Vincent Van Gogh estaba íntimamente relacionada con su atribulada vida, sus internaciones psiquiátricas, las terribles y melancólicas cartas a su hermano Theo, a sus fracasos permanentes (apenas vendió un cuadro en vida), su amistad plagada de peleas con Gauguin (un día lo corrió con un cuchillo; otro se cortó la oreja delante de su colega), por mencionar apenas algunos hitos trágicos. Nunca llamó la atención que el gran artista postimpresionista se pegara un tiro, caminara hasta su pensión y muriera dos días después. Desde Antonin Artaud hasta eminencias psiquiátricas, han ensayado sobre la obra de este loco genial. Pero ahora te cambian la historia.
Efectivamente, dos investigadores aseguran que en la campiña de Auvers-sur-Oise, Francia, el 29 de julio de 1890, Van Gogh fue muerto por un cowboy. Plop. Leíste bien: por un cowboy, un vaquero estilo John Wayne, un tipo salido de la serie Bonanza. Sólo que el sujeto era un joven de 16 años vestido de maleante del Oeste norteamericano y el disparo habría sido sin querer. Pero entonces...
La historia (y los testigos) dicen que Van Gogh caminó herido hasta la pensión Ravoux, en la que residía. La nueva versión añade que para proteger al chico estuvo hasta su muerte diciendo que se había querido matar. Lo cierto es que sea cual sea la verdad (y yo me quedo con la tradicional y no con esta bizarrada), Vincent finalmente falleció como consecuencia de la herida.
¿Y quién fue el asesino? René Secrétan, a quien acompañaba su hermano Gastón en la jornada trágica, dicen los autores, que añaden que estos eran conocidos del artista holandés. Los argumentos que se esgrimen son tan pobres que dan pena. Por ejemplo, que nunca se encontró el arma ni el caballete del pintor ¿Entonces fue un robo? Se asegura que el tal Secrétan, antes de morir a los 85 años, dijo que el Van Gogh que conoció "era un vagabundo" y no un artista ¿Y con eso qué? Mientras tanto, pienso a qué personaje le puedo cambiar la biografía y llenarme de plata.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)