Por Humberto Acciarressi
Hay jornadas que son una bisagra en la vida de una persona. Cada uno las tiene; algunas son colectivas. Existen, sin embargo, esas en la que lo general y lo particular se diluye hasta el desasosiego. El 8 de diciembre de 1980 fue uno de esos días. Mark Chapman, un psicópata lector de "El guardián en el centeno" de J.D.Salinger, se acercó a John Lennon y le disparó cinco balazos que le causaron la muerte unos veinte minutos más tarde. Lejos del edificio Dakota, donde vivían John y Yoko y en cuya puerta fue asesinado, las noticias eran confusas. Las primeras que recibí fueron que habían matado a... Jack Lemmon. Aún guardo el cable de AP con el primer anuncio oficial (aclaración para jóvenes: era de papel sedoso, sobre el que los "picadores" cambiaban "hoy" por "ayer" y hacian tachaduras varias ).
El "Mataron a Lennon" fue un mazazo irracional e inesperado. Si Chapman buscaba conmover, tuvo más éxito que Oswald. Un presidente es siempre un blanco más lógico que un músico de rock, más si ese artista había sido un Beatle, terminaba de grabar su último disco -"Doble fantasía"- y había dado, en los días previos, un reportaje -el mejor que le hicieron en toda su vida, el de Playboy- en el que desmenuzaba cada uno de los temas de su carrera. De su genio musical, de esa voz conmovedoramente quebrada, ligeramente grave, de sus campañas por la paz y la liberación femenina, se ha escrito tanto que casi no se puede añadir más. Desde ignotos periodistas hasta García Márquez. Eso no es poco.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)