Por Humberto Acciarressi
La ciencia vuelve a arrojar por la borda un mito consagrado, el que sostenía que si uno piensa en un alimento, tiene la urgente necesidad de ir y comérselo cuanto antes. Mentira, de las que padecemos tantas. Un artículo de "Science" -que obviamente no está escrito por la conductora/cocinera Zaira Nara sino por investigadores científicos- revela que ocurre exactamente lo contrario. Es decir que si uno piensa mucho en una comida, pierde el apetito y se va a dormir con la sensación de panza llena y corazón contento, como cuando eras un chico y te comías en el recreo las galletitas Colegiales, así algunas se hubieran rajado en diez partes.
En lo que atañe al presente, si estás sin plata y querés invitar a una chica a comer, la citás en la plaza San Martín, se sientan en un banco y con cara científica le preguntás: "¿En qué querés pensar?". Si antes no te parte un fierro en la cabeza y te sigue el juego, vos le decís: "Yo me muero por una milanesa napolitana", y cerrás los ojos para "comer" intensamente. La ventaja es que te vas cuando querés, no hacés cola por una mesa, no pagás ni das propina. Y si encima la rematás con un "quedé lleno, ¿y vos?", mientras pelás un escarbadientes del bolsillo de atrás del pantalón, no habrás hecho nada más ridículo en toda tu vida. Aunque es mi obligación aclararte que tal vez nunca salgas con una lady más de una vez, y eso si no se corre la bola que sos un miserable, y encima un loco de remate. Por lo pronto, a mí me agarró el hambre. En este momento estoy pensando en un panqueque con dulce de leche bañado al run. Lo hago intensamente... No hay caso. Para mí, este asunto no corre. Voy a la confitería y vuelvo.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)