Por Humberto Acciarressi
Cuando la madrugada se convierte rápidamente en mañana y los pajaritos cantan como si tuvieran un edema pulmonar, no hace falta acudir al Servicio Meteorológico para intuir que estás en problemas. Para colmo si ya van varios días de clima agobiante y te dan ganas de someter a la peores tropelías a los que en invierno sueñan con esta época del año. Cuando las noticias te dicen que el diluvio esperado no está ni planificado, y que será difícil que en una semana caiga agua del cielo a menos que alguien te escupa desde un balcón, lo primero que se te ocurre es encerrarte en tu casa con el aire acondicionado (si tenés la suerte de tener la una y el otro) y rezar para que no te agarre un corte de luz.
Para colmo te enterás que existe un "alerta naranja" por el clima infernal (Dante por lo menos le puso poesía; el calor porteño es demasiado prosaico). Y te dan ganas de sacar un pasaje sin retorno a la Antártida y te arrepentís de no haber comprado un terrenito en las cercanías de la Base Marambio. Ante la inexistencia del "microclima portátil", un recurso cuando salís a la calle es llevar una botella con agua y rociarte la cabeza cada treinta metros, con lo cual llegarás hecho un asco a cualquier lugar que vayas. La ventaja es que todos estarán igual. Si tenés inclinaciones suicidas, viajá en transporte público y sentí lo que sufre un oso polar en el zoológico de Egipto. Y si atravesás estos días que se vienen, ya estás preparado para el Día del Juicio Final. Lo que no es poco.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)