Por Humberto Acciarressi
Alguien, en estas horas, lo llamó "el Balzac del cine" y por cierto no exageró. De Mario Monicelli, que se suicidó a los 95 años y le ganó de mano a una muerte cercana de acuerdo a los diagnósticos, es casi imposible ennumerar lo que no haya hecho por la cinematografía mundial. La actriz Stefania Sandrelli, ya no tan joven pero siempre bella, dijo que la forma que eligió para morir es "un gesto extremo de libertad y de anticonformismo". Más o menos como lo fue toda su obra, desde un lejanísimo comienzo (incluso de películas mudas), pasando por algunas que en nuestro país marcaron a una generación ("La armada Brancaleone", "Brancaleone en la cruzadas", "Un burgués pequeño, pequeño", "Casanova 70", su participación en "Boccaccio 60" junto a Vittorio De Sica, Federico Fellini y Luchino Visconti, y tantas otras ).
Hay en sus films una mirada sarcástica pero a la vez dulce, a veces derrotista aunque esperanzadora. Sin ser un contrasentido, una utopía con los pies sobre la tierra. Podrían recordarse miles de escenas del cine de Monicelli. Evoco una. Brancaleone y sus cruzados de opereta viajan en busca de un sueño, como quijotes afiebrados. Todo lo suyo está condenado al fracaso porque no tienen nada a favor: ni siquiera la cordura. Uno de la troupe, el viejito judío que duerme en su baúl, muere. La oración de Brancaleone/Vittorio Gassman es una de las más tiernas y conmovedoras del cine. Esa escena resume una época mejor que mil palabras.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)