25 diciembre 2014

Robin, el escudero más bobo de todos los tiempos


Por Humberto Acciarressi

Por lo menos para mí, es el escudero menos interesante de todos los tiempos. Y mirá que hubo muchos, aunque sólo nos limitemos al mundo de la historieta. Bobo, intrascendente, demasiado delicadito para el papel de acompañante del Hombe Murciélago, no le encuentro a Robin más que aquello que lo convierte en un estúpido. No es un juicio caprichoso. Por ejemplo, como muchos, tengo por el Correcaminos o por el ratón Jerry, una antipatía que me hace solidarizarme con el Coyote y con el gato Tom. Pero no me resultan indiferentes. Robin, en cambio, es una entelequia de superhéroe que no me despierta el más mínimo sentimiento. Incluso se sabe que Batman debutó sin compañeros en mayo de 1939, en el número 27 de la revista "Detective Comics", en una tira titulada "El caso del sindicato químico".

Bob Kane, su creador, recuerda en su autobiografía "Batman y yo", que el ayudante nació para que el encapuchado pudiera hablar con alguien. Incluso su referencia al pibe es tan honesta como hilarante: "Pensé que todo chico querría ser como Robin: travieso, divertido, libre; sin escuela, sin tareas, que vive en una mansión sobre la baticueva y viaja en el batimóvil". Tal vez yo esté equivocado, pero es la descripción de un tarado. Fue así, en 1940, que Bruce Wayne se hizo cargo de un joven cuyos padres habían sido asesinados: Dick Grayson. Batman y Robin se hicieron inseparables. Hasta que en la década del 50, en su libro "Seducción del inocente", el cruzado contra la historieta Freederic Wertham escribió: "Viven en habitaciones suntuosas, con flores hermosas en jarrones enormes, y tienen un mayordomo, Alfred. Es como el sueño de la convivencia entre dos homosexuales".

En el universo del papel y la tinta, el murciélago tuvo tres ayudantes con el mismo nombre: el mencionado Grayson, a quien, en 1986, los guionistas lo dejaron crecer y adoptar el nombre de Nightwing; el matón Jason Todd (que en 1988 fue "asesinado" a pedido de los lectores); y Tim Drake, un pirata informático que ingresa a la baticueva. En la pantalla Robin tuvo varias caras. En 1943, la Columbia Pictures produjo quince episodios con Lewis Wilson como Batman y Douglas Croft como el joven maravilla. El segundo ciclo se emitió en 1949, con Robert Lowery y John Duncan como el hombre murciélago y su Sancho Panza respectivamente. Y en 1966 llegó el momento culminante cuando la 20 th Century Fox produjo los 130 episodios de la serie en color dirigida por Leslie H. Martinson y protagonizada por Adam West como Batman y Burt Ward.

Esa tira tuvo dos características. Una buena y otra mala. La primera fue que llevó a la TV los códigos del comic (los "Zas", "Shock", "Boom", "Augh" pintados en colores). La segunda, que le quitó lo gótico de la historieta para llevar a la pareja al límite de la bobería. Aunque Adam West aclaraba a cada rato en un viaje a la Argentina que "entre Robin y yo no pasa nada, no somos una batipareja gay", nadie le creía. Hay cosas que pocos saben. El actor Burt Ward, con su aire aniñado, estúpido y ambivalente, a los 21 años ya se había casado dos veces y su primera esposa lo había dejado acusándolo de "crueldad mental". Años más tarde, cuando nadie le daba ni un bolo en una película clase B, escribió un libro titulado "Boy wonder, my life in tights" ("Muchacho maravilla, mi vida en calzas"). En la saga cinematográfica inaugurada por Tim Burton, Robin aparece en la tercera versión, en la piel de Chris O´Donnell. Su antecesor de los años 60 puso el grito en el cielo. Lo criticó por "arrogante y agresivo" y añadió algo divertido: "Mi Robin nunca se hubiera atrevido a llamar Al a Alfred, el mayordomo, o dar un paseo en batimovil sin pedir permiso a Batman". Santa estupidez, joven maravilla.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)