La banda canadiense Skinny Puppy, formada por cEvin Key y Nivek Ogre (los dos únicos miembros estables desde sus inicios), Mark Walk y Justin Bennett, no es nueva ni mucho menos. Los amantes de la música electrónica y el sub género post-industrial (del que se consideran los fundadores) comenzaron a disfrutar de sus melodías distorsionadas desde que sus integrantes se juntaron en 1982, ya hace 32 años. Con por lo menos trece álbumes, en Vancouver son considerados casi unos próceres del rock. Ahora, sin embargo, han logrado una popularidad enorme al difundirse que en la base de Guantánamo, entre las torturas practicadas contra los prisioneros vinculados al terrorismo, la CIA sometía a los mismos a sesiones de hasta doce horas de su música, una práctica aconsejada por psicólogos.
El frontman de la banda, cEvin Key, reconoció que no le gustaría "ser sometido a cualquier tipo de música excesivamente alta durante seis o doce horas sin un descanso" y además añadió que todos los miembros de la banda canadiense se encuentran "ofendidos" porque sus canciones se tocaban en la prisión de Guantánamo "para infringir daño a los detenidos". Esto, paralelamente a que los voceros de la Central de Inteligencia de los Estados Unidos admitieron -a medias, claro- haber realizado lo que ellos llaman eufemísticamente "interrogatorios reforzados". Uno de quienes tuvo a su cargo aquellas torturas sucedidas entre 2001 y 2006, y que ahora figuran en un informe enviado al Senado de los EE.UU., también sostuvo livianamente que "ocurrieron extralimitaciones".
Naturalmente lo de la música de Skinny Puppy es caramelo al lado de las otras vejaciones que se describen en el estudio, pero al margen de haber manifestado su repudio y que los integrantes de su banda se sienten "ofendidos", cEvin Key ahora dice que quieren cobrar bastante dinero. Más concretamente 666 mil dólares, de acuerdo a sus palabras. Y ya adelantó que le enviaron un reclamo de regalías al Departamento de Defensa yanqui. O para precisarlo con sus propios términos: "Les mandamos una factura por nuestros servicios musicales, teniendo en cuenta que se han adelantado y utilizaron nuestros discos sin nuestro conocimiento". Y valga la aclaración: no se trata de un sarcasmo. Realmente quieren cobrar por sus "servicios musicales". Si ésta -incluyendo la actitud de los músicos- no es una historia de horror, no sé cómo definirla.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)