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29 abril 2016

A 85 años del "Drácula" de Bela Lugosi


Por Humberto Acciarressi

Desde "Nosferatu el Vampiro" de F.W. Murnau de 1922 hasta la reciente "Drácula, la leyenda jamás contada" de Gary Shore, el conde de Transilvania ha merecido más de 160 películas. Así se han visto desde obras maestras como "Nosferatu" de Werner Herzog o el "Drácula de Bram Stoker" de Francis Ford Coppola, pasando por brillantes comedias como "Drácula, un muerto muy contento y feliz" de Mel Brooks, "Abbott y Costello contra Frankestein" (con Bela Lugosi en el papel del conde mítico) o "El baile de los vampiros" de Roman Polanski, o algunas con una estética gótica y futurista, u otras sugestiva y poéticamente metafísicas como "El ansia" (con Catherine Deneuve, David Bowie y Susan Sarandon), hasta bizarradas imposibles de olvidar como la mayoría de las referencias fílmicas al señor de los Cárpatos. Tal vez la más icónica haya sido el "Drácula" de Tod Browning, que estaba reservado para Lon Chaney, pero la muerte de éste le abrió la puerta de la posteridad a Bela Lugosi.

Del estreno de esta última película ocurrido en 1931 han pasado 85 años y mucha sangre ha corrido por los colmillos cinematográficos. Ya nos hemos ocupado de Bela Lugosi, pero personaje tan atrapante merece que se recuerden algunos datos sobre su vida y su muerte, casi tan trágicos como la gran novela de Bram Stoker. Puede señalarse en pocas líneas que nació en Hungría, peleó en la Primera Guerra Mundial, fue actor en Europa e interpretó -entre otros- al seductor italiano Giácomo Casanova, además de trabajar en obras de Ibsen, Shakespeare, Oscar Wilde y Shaw. Viajó a los Estados Unidos sin saber el idioma y dejó el teatro clásico para ser el Hombre Lobo, un zombie, monstruos varios y naturalmente Drácula. Eso en la ficción. En la vida real, se convirtió en un drogadicto irrecuperable, excelentemente ilustrado por Tim Burton en su película "Ed Wood", basada en el conocido como "el peor director de la historia".

En medio de sus dramas, los publicistas de Bela lo obligaban a vestirse de vampiro para ir a las fiestas de Hollywood y habitar un castillo que era una réplica del de los Cárpatos. Entre la droga -sobre todo la morfina- y esa irrealidad, Lugosi se volvió completa y radicalmente loco. Sin que le importara demasiado a nadie, el actor fue a parar a un neuropsiquiátrico. Cuando le dieron el alta retornó a su casa para ofrecer reportajes recostado dentro de un ataúd, lo que entre otras cuestiones nos permite inferir que el tratamiento no fue el mejor. Bela Lugosi murió en agosto de 1956 y contrariamente a lo que se dijo en su momento, el fallecimiento se debió a un infarto y no a una estaca, aunque esto último parezca un chiste. Como para hacer más desgraciada su historia, el húngaro fue velado con su capa y con ella también fue incinerado. Finalizo con un dato que se dio por cierto durante años: es falso que decenas de murciélagos hayan volado sobre la casa funeraria en tan triste momento.

(Publicado en el diario "La Razón" de Buenos Aires)

21 julio 2015

La cabeza de Murnau y la "maldición" de Nosferatu


Por Humberto Acciarressi

Cuando a fines de la década del 70 Werner Herzog dirigió la estupenda remake de "Nosferatu" (con las actuaciones memorables de su actor fetiche Klaus Kinski, la hermosísima Isabelle Adjani y Bruno Ganz), no sólo rindió un merecido homenaje a Murnau, sino que reflotó públicamente la primera versión cinematográfica que intentó una aproximación al libro "Drácula" de Bram Stoker. Es verdad que entre un film y el otro, e incluso más acá en el tiempo, se filmaron otras aproximaciones a la "no vida" del conde de Transilvania y sus insaciables gustos por la sangre, Pero no es menos cierto que el primer "Nosferatu" - realizado en 1922, en el apogeo del cine mudo- marcó un hito sin igual en el marco del expresionismo alemán y en una larga lista de vampiros literarios y cinematográficos.

Como sucede con otros acontecimientos -se me ocurre especialmente el descubrimiento de la tumba de Tutankamón por Howard Carter, el mismo año que el del estreno de la película, lo cual parece más que casual -, esta obra de arte está rodeada de episodios trágicos que algunos exagerados vinculan a una "maldición" de los no muertos. El último de estos hechos acaba de suceder: el cráneo de Friedrich Wilhelm Murnau fue robado de su tumba en el cementerio de Stahnsdorf, en las afueras de Berlín. La policía alemana no descarta prácticas ocultistas, ya que los ladrones dejaron marcas de velas consumidas y misteriosas manchas, aunque quedaron intactos los ataúdes del director y de su hermano.

Pero más allá de esta extraña actividad, hay que recordar que el protagonista de "Nosferatu", el curioso Friedrich Gustav Max Schreck, murió de un ataque al corazón a los 57 años, pero en vida lo persiguió una leyenda que le causó grandes problemas. Efectivamente, se decía que era un vampiro verdadero y que en la escena final de la película le había mordido el cuello a la protagonista. Su vida inspiró un homenaje de Tim Burton, que en "Batman vuelve" le dio su nombre al personaje interpretado por Christopher Walken, pero sobre todo una película inquietantemente bella dirigida por Edmund.Elias Merhige titulada "La sombra del vampiro", con John Malcovich y Willem Dafoe, quien se puso en la piel de Scherck.

Se debe añadir que el cámara del film, Fritz Amo Wagner, murió trágicamente en un accidente de tránsito. Y no es menor el dato que Murnau, cuya cabeza acaba de ser robada, perdió la vida a los 42 años, cuando el auto que conducía un joven amante suyo se estrelló en Santa Mónica, Estados Unidos. Un acontecimiento clave, sin embargo, parece haber zafado de la "maldición". Cuando Murnau estrenó "Nosferatu", la viuda de Bram Stoker lo demandó por los derechos de autor del libro "Drácula", de su marido. El director perdió el juicio y la condena consistió en destruir todas las copias. Alguien salvó algunas, lo que permitió que la posteridad conociera este clásico indispensable en la historia del cine. Si el vampiro había maldecido a la película, fue lo suficientemente vanidoso como para que ésta perdurara.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)


07 junio 2015

Bela Lugosi, el Drácula más atormentado del cine


Por Humberto Acciarressi

Se llamaba Bela Blasko y había nacido en octubre de 1882 en un pueblito magiar (luego Hungría) llamado Lugos, por lo cual no extraña que haya sido Lugosi el apellido que eligió para ser inmortalizado como actor. Hay que desmentir, entonces, la leyenda hollywoodense que sostiene que el artista que encarnó a Drácula había nacido en Transilvania, en la mismísima cuna del legendario Vlad Tepes (error en el que incurre la misma Wikipedia). Se sabe que el futuro Conde del cine estudió Bellas Artes en Budapest, interpretó siendo un joven obras de Shakespeare, Ibsen, Wilde y Shaw, debutó en la pantalla grande húngara con el seudónimo de Arisztid Olt; fue el seductor veneciano Giácomo Casanova; y, en lo que fue su primer contacto con la sangre, se alistó como teniente de artillería en los frentes de Serbia y Rusia en la Primera Guerra Mundial.

La biografía de Lugosi está repleta de baches. Actuó en la película alemana "El último de los mohicanos" y se embarcó a América del Norte sin saber una palabra de inglés. Hombre práctico, Bela se casó con la productora Beatrice Weeks, quien lo acercó al idioma y al mundo del espectáculo. Fue de esa forma que Lugosi debutó en el teatro norteamericano con "El hombre lobo", y, el 27 de octubre de 1927, fue Drácula en las tablas. Ese fue el comienzo de su gloria y de su tragedia. Cuando se estrenó el film de la Universal, en 1931, el actor se convirtió para siempre en el Conde de Transilvania. De nada la valieron sus otras películas, entre ellas "Los crímenes de la calle Morgue", "El zombie blanco", "La isla de las almas perdidas", "El gato negro", "El retorno de Chandú", "El monstruo humano". En 1935, la desgracia lo había convertido en un drogadicto irrecuperable, especialmente dependiente de la morfina.

En menos de cuatro años, los productores lo habían obligado a vivir como si interpretara una ficción. No podía salir de día o asistir a una velada nocturna sin su capa; habitaba un castillo que era una réplica del de los Cárpatos, con las paredes tapizadas de terciopelos negros, sirvientes sordomudos y murciélagos volando por los recintos. Por ese entonces daba reportajes dentro de un ataúd, con la realidad confundida definitivamente con la fantasía. Alguien le ofreció interpretar a Frankenstein -que finalmente hizo Boris Karloff-, pero se negó porque dijo que sus admiradores no lo reconocerían debajo de tanto maquillaje. Aunque recibía miles de cartas de todo el mundo, en 1948, sin un centavo en la capa, interpretó a un Drácula cómico en "Abbot y Costello contra los fantasmas". Fue lo último que le faltaba.

Vampirizado por su personaje, Bela fue a parar a un hospital neuropsiquiátrico. Cuando lo dejaron salir, volvió a dar reportajes dentro de un ataúd, lo que revela el éxito del tratamiento. Hacia el fin de sus días, se cruzó con quien está considerado el peor director de la historia, Ed Wood. Este era un admirador de Lugosi y le dio papeles en varias películas, entre ellas la bizarra y mítica "Plan 9 del espacio exterior", estrenada después de su muerte. La brillante película "Ed Wood" de Tim Burton, interpretada por Johnny Depp, trata sobre la relación entre director y actor. Lugosi, en ella, es encarnado por Martin Landau, quien obtuvo con ese papel el Oscar al Mejor Actor de Reparto. Contrariamente a lo que sucede con los vampiros, el artista, consumido por las drogas y la tristeza, falleció el 16 de agosto de 1956, y no por una estaca sino debido a un simple infarto. Lo enterraron con su capa y más tarde fue incinerado con ella. Ni siquiera entonces lo dejaron tranquilo al pobre Bela.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)




25 diciembre 2014

Robin, el escudero más bobo de todos los tiempos


Por Humberto Acciarressi

Por lo menos para mí, es el escudero menos interesante de todos los tiempos. Y mirá que hubo muchos, aunque sólo nos limitemos al mundo de la historieta. Bobo, intrascendente, demasiado delicadito para el papel de acompañante del Hombe Murciélago, no le encuentro a Robin más que aquello que lo convierte en un estúpido. No es un juicio caprichoso. Por ejemplo, como muchos, tengo por el Correcaminos o por el ratón Jerry, una antipatía que me hace solidarizarme con el Coyote y con el gato Tom. Pero no me resultan indiferentes. Robin, en cambio, es una entelequia de superhéroe que no me despierta el más mínimo sentimiento. Incluso se sabe que Batman debutó sin compañeros en mayo de 1939, en el número 27 de la revista "Detective Comics", en una tira titulada "El caso del sindicato químico".

Bob Kane, su creador, recuerda en su autobiografía "Batman y yo", que el ayudante nació para que el encapuchado pudiera hablar con alguien. Incluso su referencia al pibe es tan honesta como hilarante: "Pensé que todo chico querría ser como Robin: travieso, divertido, libre; sin escuela, sin tareas, que vive en una mansión sobre la baticueva y viaja en el batimóvil". Tal vez yo esté equivocado, pero es la descripción de un tarado. Fue así, en 1940, que Bruce Wayne se hizo cargo de un joven cuyos padres habían sido asesinados: Dick Grayson. Batman y Robin se hicieron inseparables. Hasta que en la década del 50, en su libro "Seducción del inocente", el cruzado contra la historieta Freederic Wertham escribió: "Viven en habitaciones suntuosas, con flores hermosas en jarrones enormes, y tienen un mayordomo, Alfred. Es como el sueño de la convivencia entre dos homosexuales".

En el universo del papel y la tinta, el murciélago tuvo tres ayudantes con el mismo nombre: el mencionado Grayson, a quien, en 1986, los guionistas lo dejaron crecer y adoptar el nombre de Nightwing; el matón Jason Todd (que en 1988 fue "asesinado" a pedido de los lectores); y Tim Drake, un pirata informático que ingresa a la baticueva. En la pantalla Robin tuvo varias caras. En 1943, la Columbia Pictures produjo quince episodios con Lewis Wilson como Batman y Douglas Croft como el joven maravilla. El segundo ciclo se emitió en 1949, con Robert Lowery y John Duncan como el hombre murciélago y su Sancho Panza respectivamente. Y en 1966 llegó el momento culminante cuando la 20 th Century Fox produjo los 130 episodios de la serie en color dirigida por Leslie H. Martinson y protagonizada por Adam West como Batman y Burt Ward.

Esa tira tuvo dos características. Una buena y otra mala. La primera fue que llevó a la TV los códigos del comic (los "Zas", "Shock", "Boom", "Augh" pintados en colores). La segunda, que le quitó lo gótico de la historieta para llevar a la pareja al límite de la bobería. Aunque Adam West aclaraba a cada rato en un viaje a la Argentina que "entre Robin y yo no pasa nada, no somos una batipareja gay", nadie le creía. Hay cosas que pocos saben. El actor Burt Ward, con su aire aniñado, estúpido y ambivalente, a los 21 años ya se había casado dos veces y su primera esposa lo había dejado acusándolo de "crueldad mental". Años más tarde, cuando nadie le daba ni un bolo en una película clase B, escribió un libro titulado "Boy wonder, my life in tights" ("Muchacho maravilla, mi vida en calzas"). 

En la saga cinematográfica inaugurada por Tim Burton, Robin aparece en la tercera versión, en la piel de Chris O´Donnell. Su antecesor de los años 60 puso el grito en el cielo. Lo criticó por "arrogante y agresivo" y añadió algo divertido: "Mi Robin nunca se hubiera atrevido a llamar Al a Alfred, el mayordomo, o dar un paseo en batimovil sin pedir permiso a Batman". Santa estupidez, joven maravilla.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)



07 noviembre 2006

Robin, el más delicado escudero


Por Humberto Acciarressi

Es, sin duda, el héroe más vilipendiado de la historia de los comics y sus emergentes televisivos y cinematográficos. Es, entre todos los laderos que se recuerden, el menos interesante. Y sin embargo, ese halo entre bobo e intrascendente ha convertido a Robin en un sujeto inmortal en el mundo de la historieta. Tal vez porque el delicado escudero de Batman, contrariamente a lo que pueda creerse, tiene su propio universo interior. Algo debe pasar detrás de tanta estupidez.

Es sabido que el hombre murciélago debutó sin compañeros en mayo de 1939, en el número 27 de la revista "Detective Comics", en una tira titulada "El caso del sindicato químico". Pero el sombrío vengador se sentía muy solo. Bob Kane, su creador, recuerda en su autobiografía "Batman y yo" que Robin nació como alguien con quien el encapuchado pudiera hablar. "Pensé que todo chico querría ser como Robin: travieso, divertido, libre; sin escuela, sin tareas, que vive en una mansión sobre la baticueva y viaja en el batimóvil". Así, en 1940, Bruce Wayne (Bruno Díaz) se hace cargo de un joven cuyos padres han sido asesinados: Dick Grayson, conocido por los argentinos como Ricardo Tapia.

La aparición del joven causó conmoción; las ventas de la historieta se duplicaron. A partir de entonces, Batman y Robin se convirtieron en dos seres inseparables. Y tan juntitos estaban siempre, que en la década del 50, en su libro "Seducción del inocente", el cruzado contra la historieta Freederic Wertham escribió: "Viven en habitaciones suntuosas, con flores hermosas en jarrones enormes, y tienen un mayordomo, Alfred. Es como el sueño de la convivencia entre dos homosexuales". La primera piedra había sido arrojada. Y más que en Batman impactó en el pobre Robin.

En el universo del papel y la tinta, el murciélago tuvo tres escuderos con el mismo apelativo: el mencionado Grayson, a quien, en 1986, los guionistas lo dejaron crecer y adoptar el nombre de Nightwing; el pendenciero Jason Todd (que en 1988 fue "asesinado" a pedido de los lectores); y Tim Drake, un pirata informático que ingresa a la baticueva. También en la pantalla Robin tuvo varias caras. En 1943, la Columbia Pictures produjo un serial de quince episodios con Lewis Wilson como Batman y Douglas Croft como el joven maravilla. El segundo ciclo se emitió en 1949, con Robert Lowery y John Duncan como el hombre murciélago y su Sancho Panza respectivamente, dúo que reeditó el boom un año más tarde.

La gloria, sin embargo, llegó en 1966, cuando la 20 th Century Fox produjo los 130 episodios de la tira en color de Batman, dirigida por Leslie H. Martinson y protagonizada por Adam West en el papel del murciélago y por Burt Ward en el de su acompañante. Fue el tiro de gracia a la virilidad de Robin. Aquella pareja que causó las delicias de los chicos de todo el mundo, que llevó a la TV los códigos del comic (los "Zas", "Shock", "Boom", "Augh" pintados en colores), no sólo no era sombría como la original, sino que era patética en su bobería. Esa serie alimentó hasta el hartazgo las bromas acerca de la sexualidad del dúo dinámico. Cuando Adam West estuvo en Buenos Aires se creyó en la obligación de aclarar el asunto: "Entre Robin y yo no pasaba nada...No éramos una batipareja gay".


Hay cosas, sin embargo, que pocos saben. Por ejemplo que el actor Burt Ward, con ese aire aniñado, estúpido y ambivalente, a los 21 años ya se había casado dos veces y su primera esposa lo había dejado acusándolo de "crueldad mental". Varios años más tarde, cuando nadie le daba ni un bolo en una película clase B, escribió un libro titulado "Boy wonder, my life in tights" ("Muchacho maravilla, mi vida en calzas"). En esa autobiografía, Ward cuenta los problemas que tuvieron con la censura por la estrechez de sus mallas, y cómo, para pasar sus ratos de ocio, él y West iban juntos (¡Recórcholis!) a playas nudistas.

Así transcurrió el tiempo para Robin. En la saga cinematográfica inaugurada por Tim Burton, el escudero aparece en la tercera versión, en la piel de Chris O´Donnell. Y como había que amoldarlo a los años noventa, hasta le pusieron aritos. Ward, el ahora gordo chico maravilla de los años 60, puso el grito en el cielo. Criticó a su sucesor por "arrogante y agresivo" y añadió una divertida apreciación: "Mi Robin nunca se hubiera atrevido a llamar Al a Alfred, el mayordomo, o dar un paseo en batimovil sin pedir permiso a Batman". ¡ Santa estupidez, chico maravilla!.

(Publicado en la revista "Así")