Ya nos hemos referido en varias oportunidades al Juicio de Nüremberg, durante el cual los jerarcas nazis que pudieron ser sentados ante los jueces de las fuerzas aliadas, fueron sometidos durante 218 días a las preguntas y repreguntas que los llevaron al patíbulo, a la cárcel o, en tres casos, a la absolución (Hans Fritzsche, Franz Von Papen y Hjalmar Schacht). Si bien el capítulo final en el recinto se escribió a las 14.50 del 1 de octubre de 1946, en el momento que el jurado ingresó a celebrar la 407 y última sesión, fue recién el 16 de octubre cuando - excepto Hermann Goering que se suicidó unas horas antes con cianuro- Joachim Von Ribbentrop, Alfred Jodl, Ernst Kaltenbrunner, Wilheim Keitel, Alfred Rosenberg, Fritz Sauckel, Arthur Seyss-Inquart, Julius Streicher, Hans Frank y Wilhelm Frick fueron colgados hasta morir. Martin Bormann, condenado a la misma pena "en ausencia", corrió otra suerte de la que ya nos ocuparemos.
Pero al margen de los ahorcados y los absueltos, otros jerarcas nazis recibieron penas de prisión. El 18 de julio de 1947, Walther Funk, Rudolf Hess y Erich Raeder (cadena perpetua), Albert Speer y Baldur Von Schirach (20 años de reclusión), Constantin Von Neurath (15 años) y Karl Doenitz (10 años), ingresaron a la cárcel de Spandau, en la zona oeste de lo que era Berlín Occidental. Curiosamente, hasta que Rudolf Hess murió cumpliendo su condena a perpetuidad, esa fortaleza rodeada de muros, alambrados eléctricos y seis torres, era el único lugar del mundo donde los aliados seguían colaborando como si la guerra continuara. En las antípodas del trato que recibían los prisioneros en los campos de exterminio nazis, los siete jerarcas llevaron una vida sin privaciones. Tenían a su disposición diez camareros, catorce doncellas, tres administradores y dos mujeres de limpieza, entre otras cosas. Y claro, los soldados que los cuidaban.
A varios de los reos tampoco les fue demasiado mal. Von Neurath, Raeder y Funk (estos dos últimos condenados a perpetuidad), fueron dejados en libertad por razones humanitarias y el que más "padeció" fue el último de los nombrados, con once años entre rejas. Doenitz cumplió su pena de una década, lo mismo que Von Schirach y Albert Speer que purgaron sus veinte años. Cuando estos fueron dejados en libertad el 1 de octubre de 1966, se despidieron del último que quedaba, Rudolf Hess, quien les dijo: "Probablemente me tenga que quedar aquí hasta que muera". Eso fue lo que ocurrió.
Durante años, este sujeto extravagante (fue hecho prisionero en 1942, cuando viajó solo a Inglaterra para intentar no se sabe bien qué acuerdo) no hizo otra cosa que mirar televisión. Lo apasionaban las series "Dallas y "Dinastía" y los partidos de fútbol, y fuera de eso alimentar los cuervos del jardín de la fortaleza. El "prisionero número siete" en la jerga administrativa había intentado quitarse la vida en dos oportunidades. La tercera fue la vencida. El 17 de agosto de 1987, el ex lugarteniente del Führer fue encontrado en el invernadero de la cárcel con un cable alrededor del cuello. Había pasado cuarenta años en prisión y más de dos décadas completamente solo en ese monumental edificio de 650 celdas y decenas de pabellones. Eso sí: viviendo como un duque.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)
ARTHUR SEYSS-INQUART, COMISARIO DE HITLER EN LOS PAISES BAJOS, TRAS SER AHORCADO LUEGO DEL JUICIO DE NUREMBERG. |
RUDOLF HESS, LUGARTENIENTE DE HITLER Y ULTIMO PRISIONERO DE SPANDAU, CAMINANDO POR EL PARQUE DE LA CARCEL |