Por Humberto Acciarressi
Acaban de cumplirse 35 años de la muerte de Herbert Marcuse, a quien se podría calificar como el primer filósofo mediático de la historia, al punto que tuvo prestigio en vida -cosa que a los pensadores suele llegarle póstumamente- y dinero -algo que casi nunca llega-. A mediados de 1979 viajó a la entonces Alemania Federal, donde iba a ofrecer una conferencia titulada "Progreso y profundidad". En la noche del 29 de julio, un ataque cardíaco lo dejó fuera de las polémicas humanas en un hospital de las afueras de Munich. Ya había transcurrido una década del Mayo Francés, los diarios se ocupaban un poco menos de él, y los marxistas lo miraban de soslayo porque se había metido con el dogma. Pero seguía siendo un adversario temible por su ironía, su sarcasmo y, en ocasiones, por su cólera.
En 1964, Marcuse había publicado "El hombre unidimensional", su obra más leída. En ella sostenía que todos los caminos del capitalismo americano conducen a una sociedad cerrada, en el sentido que disciplina e integra todas las dimensiones de la existencia, sea ésta pública o privada. En las mismas páginas advertía contra "las relaciones libidinosas con la mercancía, con los artefactos motorizados agresivos", y destacaba el papel de los jóvenes en la lucha "contra la sociedad opulenta". No fue de extrañar que se convirtiera por ese libro y por los que lo siguieron, en el teórico más importante del Mayo Francés y de las revueltas estudiantiles que inseminaron la década del 60 en Europa y en América.
Combinando a Freud (por esos días, Erich Fromm definía la psicología como "el Talón de Aquiles del marxismo"), Marx y Hegel, Marcuse diseñó un pensamiento que en lo político devino en una postura enfrentada a cualquier forma de gobierno conocida. Antiburócrata convencido, el sistema soviético también cayó en las redes de su análisis por momentos contradictorio. No llama la atención que de todos los sectores, por ese entonces férreamente dogmáticos, le llovieran críticas feroces. Pocos pensadores han tenido tantos apologistas y detractores. Su obra más célebre - a la que se sumaron "Eros y civilización", "El marxismo soviético" y "Razón y revolución", entre otras- estaba llamada a trazar una curiosa parábola. Escrita en el silencio de su estudio y sin demasiadas aspiraciones a la popularidad, casi sin que nadie le conociera la cara, hizo que a su autor se lo incorporara a escala planetaria en el panteón de los luchadores contra el imperialismo.
El Mayo Francés fue una tormenta para el gobierno de De Gaulle, pero en términos históricos fue apenas una brisa. Menos de un lustro después no quedaba nada de aquellas revueltas, en gran parte inspiradas en las ideas de Marcuse. Del bello lema "La imaginación al poder" sólo quedaban los ecos, y la "Nueva izquierda" surgida al amparo de las barricadas no llegó ni siquiera a convertirse en una alternativa dentro del sistema democrático. En 1974, Marcuse reconoció que los estudiantes franceses no supieron organizarse ni para luchar ni para permanecer en el poder, y que los movimientos contraculturales que surgieron se diluyeron en salidas individuales y en la adoración fetichista del marxismo. Así siguió hasta su muerte. Polemizando con todos como un Quijote del intelecto profundo. Hoy -lamentablemente- casi nadie lo lee.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)