Algunos lo ponen en el listado siempre arbitrario de los cinco mejores cómicos del siglo XX. A otros jamás les causó siquiera gracia y, ahora que sus tiras televisivas son de culto, ni siquiera advierten el por qué. Había nacido -hace 90 años- en Southampton, Inglaterra, como Alfie Hill, aunque la admiración por Jack Benny (uno de sus ídolos junto a Charlie Chaplin y Buster Keaton) lo llevó a cambiar su nombre. Odiaba tanto el colegio que lo único que recordaba era haber interpretado al conejo blanco en una representación escolar de "Alicia en el País de las Maravillas". Los datos más importantes pueden resumirse así: se fugó de la casa, pasó hambre, se unió al bando de los aliados en la Segunda Guerra, regresó para trabajar en cine ("Los intrépidos en sus máquinas voladoras", "El empleo italiano", "Chitty, chitty, bang,bang") y fue tentado por la televisión, donde lo terminó de consagrar "The Benny Hill Show".
Desde entonces se convirtió en uno de los más raros personajes que recuerda Inglaterra. Mientras todo el mundo reía con sus gags televisivos, otros lo acusaban de hacer un humor pueril y lujurioso, de sexista, de homosexual. Como no se le conocían -ni le conocieron- romance alguno, le preguntaban por qué no se casaba. El respondía: "No soy gay ni un tipo raro. Y si puedo hacer felices a tantas mujeres, ¿por qué voy a hacer infeliz a una sola?". Y cuando le insistían replicaba: "Tengo 17 años de edad mental. Soy demasiado joven para casarme". Se sabe que siempre intentó pasarla lo mejor posible, pero la realidad es que su vida fue un martirio. Benny era un ser solitario al extremo y sus únicos placeres eran caminar solo por el bosque y leer las cartas que le enviaban. El resto del tiempo lo empleaba en imaginar chistes y bromas para su programa. Hasta que la compañía inglesa Thames Television lo despidió por "obsceno, vulgar y anticuado".
Cuando tuvo la serie de infartos que coronaría la muerte, los médicos le recomendaron que alguien lo cuidara. No hubo nadie. Entonces le recordaron que era millonario y él respondió que no se le ocurría nada que pudiera comprar. No tenía auto y falleció en un departamento alquilado, con muebles incluidos. En abril de 1992, los vecinos de Teddington, un barrio londinense, se extrañaron de no ver al regordete caminando al supermercado con su ajada bolsa de plástico. El 21, alarmados, llamaron a Scotland Yard. Benny ya era cadáver desde varios días atrás. Luego se supo que, en el interín, unos ladrones habían entrado buscando objetos de valor y se llevaron un chasco digno de su programa televisivo.
Cuando Benny tenía apenas 30 años, alguien le recomendó que hiciera un testamento. El le hizo caso y puso como herederos a sus padres y hermanos. Todos murieron antes que Benny y aquel escrito nunca se modificó. Un montón de testigos afirmaron que, en varias oportunidades, el cómico había afirmado su deseo de dejar su fortuna a una amiga inválida, Phoebe King, a quien llamaba "gatita" y de quien recibía el mote de "osito de peluche". Su voluntad no se concretó. Los 21 millones de dólares que dejó a su muerte fueron a parar a los bolsillos de primos y sobrinos que siempre lo odiaron y hasta incluso negaron ser de su familia...hasta el día de cobrar la herencia. A un año de su muerte, unos cien payasos asistieron a un oficio religioso en conmemoración de Joseph Grimaldi, el creador del traje de clown. Con sus chaquetas de colores y sus narices rojas, le dedicaron una oración a Benny Hill. Si hubo algún otro tipo de homenaje permaneció desconocido.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)