El cine, además de crear un ámbito de ilusión, se convirtió durante la Segunda Guerra Mundial (es decir, en su apogeo) en un arma de las naciones beligerantes. Lo alentaron Hitler y Mussolini; lo aprovechó Estados Unidos; y lo intentaron, con poca fortuna, los directores de las naciones anexadas al Reich (filmes como "La gran ilusión" y "Las reglas del juego", de Jean Renoir, fueron prohibidas por las autoridades de ocupación). Mientras en Francia huían directores como Clair, Feyder, Duvivier y el propio Renoir; o Alfred Hitchcock dejaba Inglaterra seducido por Hollywood; el "Henry V" de Laurence Olivier le daba una cruda actualidad al discurso shakespereano previo a la batalla de Agincourt. Lo mismo sucedió con "Lo que el viento se llevó", que permitió que el heroísmo de Scarlett O´Hara (Vivian Leight), ambientada en la Guerra de Secesión norteamericana, acercara el toque épico a una nación con los pies en el abismo.
Paralelamente, en las profundidades del Asia central -allí donde se mudaron los estudios del cine luego de la invasión a la URSS- Serguei Eisestein trabajaba su ""Iván el Terrible" -concluida en 1948, el mismo día de la muerte del director (el film fue censurado por el stanilismo y presentado recién en 1958). En la Italia de la inmediata posguerra, Roberto Rosellini le daba forma al material reunido en crudo durante la ocupación de la península uy, con un elenco encabezado por Ana Magnani, presentaba "Roma, ciudad abierta". Centenares de películas no alcanzaron a superar el frágil tiempo de la propaganda. Entre las que perduraron se contó, naturalmente, "El ciudadano", de Orson Welles, que no abordaba la guerra y fue boicoteada en los Estados Unidos.
"El gran dictador" de Charles Chaplin, parodia del nazismo en un país ficticio llamado Tomania; y "Por quién doblan las campanas", basada en la obra de Hemingway y gran éxito de la Paramount en 1943, con Gary Cooper e Ingrid Bergman, fueron otras dos películas que llegaron más alla de la mera propaganda bélica. Y naturalmente "Casablanca", de Michael Curtiz, que en 1941 abrió un paréntesis de heroísmo amoroso con el triángulo formado por Humphry Bogart, Ingrid Bergman y Paul Heinred. La historia -estrenada en Nueva York a dos semanas del desembarco aliado en Marruecos- está ambientada en una Casablanca administrada por el gobierno colaboracionista de Vichy. Obviando momentos ya capitales (el pianista Sam y el tema "Según pasan los años"; la frase "siempre nos quedará Paris"; etc), en aquel tiempo impactó mucho la escena de los parroquianos que cantan "La Marsellesa" en el bar de Rick y tapan a los oficiales germanos que entonan un himno nazi. Bellas postales cinematográficas de un momento de la historia nutrido de horrores.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)