23 octubre 2013

El tránsito infernal, tema para un Dante


Por Humberto Acciarressi

Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate. Abandonad toda esperanza los que aquí entran. Eso es lo que lee Dante cuando cruza la puerta del Infierno. Es el verso final de la inscripción terrible que comienza con el "por mí se va a la ciudad del llanto, por mí se va al dolor eterno". Si existiera un guía moderno, una especie de Virgilio porteño del siglo XXI, podría contarle a un Dante contemporáneo mil cosas bellas de esta ciudad, que tanto amamos quienes nacimos aquí y quienes no, y del conurbano bonaerense. Sin embargo, llegado a lo que en una nueva Divina Comedia sería el "Círculo del tránsito", podría aplicarle los versos escritos en el 1300. Abandonad toda esperanza los que aquí entran.

Sin contar que en ciertas avenidas y calles también podría aplicarse la quietud infinita y mortal de La Autopista del Sur, de Cortázar, no vamos a ser tan extremistas y nos quedaremos con el infiernillo más pequeño. Ese, por ejemplo, que hace que los colectivos circulen por dónde no deberían; que hay obras -de organismos oficiales y de empresas privadas- dispuestas sin ton ni son en sitios claves; de taxis que uno se toma para hacer diez cuadras y demoran más que una tortuga sin una lechuga como incentivo. Los trenes que entran en la ciudad, que hasta años atrás eran una solución a la lentitud de los colectivos, hoy día se utilizan con el rosario en la boca, ya que se corre el riesgo de no llegar a destino. De las motos que sortean vehículos como en un parque de diversiones, mejor no hablar. Y así les va a los pobres motoqueros, que cobran precisamente por eso: velocidad e inconciencia.

La falta de lugares de estacionamiento es uno de los grandes problemas, ya que en calles que fueron diseñadas en el siglo XIX se estacionan autos de ambas veredas, y los vehículos que circulan por ellas apenas pueden pasar de a uno. Lo mismo ocurre en dónde hay bicisendas (un gran avance, por cierto, aunque esto le moleste a los automovilistas), pero se permite estacionar de la mano contraria. Los colectivos que van a una velocidad superior a la del sonido con muchos más pasajeros de los permitidos, tampoco alientan a que la gente deje el coche en casa. Como personajes de Rico Tipo, los dueños de máquinas último modelo, se hacen los galanes y no advierten que nadie les da bolilla en medio del despiole rutinario. Y así todos se largan cotidianamente, con placer masoquista, a esas calles en las que se pierden jirones de la vida entre disgustos e insultos.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)