En un tiempo en el que inexplicablemente la gente prefiere la novela a los cuentos o la poesía ("inexplicablemente", decimos, dado que estos deberían adaptarse mejor a las urgencias contemporáneas y al lenguaje de las redes sociales), es una muy buena noticia que el Nobel de Literatura haya recaído sobre la canadiense Alice Munro, la primera de esa nacionalidad, ya que Saul Bellow nació allí, pero es estadounidense por dónde se lo mire y lea. Y el gran mérito de esta escritora es que es autora de cuentos y nouvelles (relatos largos). No es casual que una de las favoritas a quedarse con el galardón sueco, Joyce Carol Oates, haya felicitado a su colega con un "Larga vida al cuento!!!".
Las crónicas referidas al premio indican, una y otra vez, que ahora Alice Munro dejará la literatura. Hay sobrados motivos para no creerle: hace años que viene diciendo lo mismo, aún antes de publicar "Demasiada felicidad" y "Mi vida querida", sus últimos libros traducidos. En el hemisferio norte muchos la llaman -aunque pueda parecer exagerado- "la Chejov contemporánea". Bastaría con decir que es ella misma, sin entrar en comparaciones que pueden derivar en bizantinas discusiones. La flamante Nobel sostiene que no sabe hacer otra cosa que escribir, razón por la cual es de suponer que a los 81 años no aprenderá muchas actividades lucrativas. Eso sin contar con la suma del premio y las regalías de varias décadas de best sellers. Dicho esto dado que es de esperar que siga escribiendo, al margen de que las editoriales explotarán la nueva mina de oro y ahora se traducirán algunos de sus libros que todavía no se consiguen, por lo menos en Buenos Aires, una plaza que marca la temperatura.
Desde que el The Vancouver Sun, a comienzos de la década del 60, tituló una nota "Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos", Alice Munro se fue perfeccionando. Con el tiempo estableció las bases de un realismo moderno y un tratamiento de los personajes que, entre otros, causó la admiración de Jonathan Franzen. Una frase suya es muy significante en este sentido: "La vida de la gente es suficientemente interesante si se consigue captarla tal cual es, monótona, sencilla, increíble, insondable". Se habla de Chejov y yo también pienso en las películas de Robert Altman basadas en los cuentos de Raymond Carver. Esas páginas en las que parece no pasar nada y sin embargo ocurre todo. Hasta el momento, Munro no había alcanzado la fama que merecía y sí tienen algunos de los escritores de su generación menos caseros (ella, como lo hizo en su momento Emily Dickinson, es una mujer que casi no sale de su casa, enamorada de las tareas hogareñas). Pero ahora carga sobre sus hombros con un Nobel, lo que no es poco por más desprestigiados que estén los premios.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)