Por Humberto Acciarressi
Ya lo dije y no me retracto: los japoneses son raros. No llego al extremo de las sectas platillistas, cuyos integrantes sostienen que vienen de un lejano planeta. Pero enfatizo que hacen curiosidades que podrían figurar en la Guía del Viajero Intergaláctico, de Douglas Adams. Desde robots a autos espaciales (lo cual le daría la razón a los que postulan un origen ET) hasta boutiques en las que se venden frutas al precio de joyas de alta alcurnia.
Ya sabés que en Japón, la fruta es muy difícil de conseguir, y que quien lo hace debe pagar precios escalofriantes por un racimo de uvas, una manzana o una banana ¿No me creés? Lo lamento. Si sos amante de las uvas, andate a la nación asiática y pagá 265 dólares por un racimo de la variedad "Ruby Roman". Pero después no te quejes. Sale más barato cruzar el Pacífico, llegar a América, comprar las uvas, comerlas, y volver al Japón en el día.
Si sos millonario o un tarado, pagá lo que te cobran en Tokio, y después comete una sandía por 200 dólares o un durazno aplastado (de esos que en la Argentina quedan en el cajón) por 16 verdes. Aunque es difícil de probar, se cuenta que los novios no le compran anillos a sus chicas cuando se comprometen, sino que les dan una ciruela o los más adinerados una frutilla. Exageraciones más o menos, las calles de Japón con sus boutiques de frutas, tienen ese extraño toque surrealista de Charly y la Fábrica de Chocolate. Aunque en lugar de Johnny Depp te atiende un sujeto de ojos rasgados.
"No se cómo es en el extranjero, pero en Japón la fruta se elige como regalo", dice un frutero nipón. Parece chiste pero no lo es. Incluso, si vas a comprar una sandía o un pomelo, te lo envuelven para regalo, con una ficha técnica y hasta una foto del agricultor. Algunos exagerados entregan varias imágenes, en la que se observa el crecimiento de la fruta, que a esa altura seguro ya la tenés en el tubo digestivo. "Los agricultores cuidan cada fruta con cariño", se dice. Y bueh, también hay gente que cree en el chupacabras.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)