Por Humberto Acciarressi
Aún en el marco de la violencia que reina en México, especialmente en aquellas regiones "gobernadas" por los barones de la droga, el hecho que nos ocupa en esta oportunidad es insólito. Un diputado electo, hombre del tradicional Partido Revolucionario Institucional, fue asesinado en la puerta de su casa en Ciudad Obregón, Sonora. El legislador, Eduardo Castro Luque, recibió varios balazos disparados por un sicario, de esos que son más fáciles de conseguir que un paquete de cigarrillos, en ese estado fronterizo con Estados Unidos.
El crimen de un diputado, de un periodista, de un taxista, de un vendedor de dulces, es decir, de cualquiera, ya no es novedad en México. Suman miles los asesinados y son de película de terror las atrocidades que hacen con los cadáveres. Pero lo insólito en este caso en el que fue víctima el legislador del PRI, se debe a que quien lo mandó a matar fue, nada menos, que el diputado suplente, Manuel Alberto Fernández Félix, de 25 años. No aguantaba quedar afuera de los negocios y quiso ocupar sin más trámites la banca.
La urgencia por ser diputado podría tener que ver con la necesidad de trabajar por los pobres que abundan en México, en contra de la ilegalidad instalada en sus instituciones, en perseguir a los narcos, en acabar con la violencia. Ja. Mamadera!!! Aún cuando esos sean los motivos -que obviamente no lo son- matar al titular de la banca es por lo menos un tanto extremo.
Ya se sabe que el sicario que disparó cobró el equivalente a unos tres mil dólares por ocuparse del asunto, y quienes lo contactaron y fueron sus cómplices, otro tanto. Es lo que hubiera costado el "quiosco" de no aclararse el caso. Poca plata por una banca por la que pasa el dinero de la droga. El precio del poder, en este caso, no era mucho. Incluso el aspirante a legislador fue bastante persuasivo: "Si no estuviera Castro Luque yo sería diputado y podría hacerles muchos favores a ustedes", dijo Fernández Félix. Un verdadero humanista.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)