Siempre me llamó la atención que, salvo en la Capital Federal y algunas restringidas zonas del conurbano bonaerense, los consumidores aceptaran mansamente los aumentos sostenidos en los alimentos de primera necesidad. Y más a esta altura, cuando desde el mismísimo INDEC reconocen extraoficialmente que las cifras de la inflación son hechas por un émulo de Walt Disney, de dibujadas que están. Pero ahora en Tucumán hacen punta: dado que conseguir papas (aumentó un 300% la bolsa) se convirtió en una misión imposible, nuestros compatriotas del Norte resolvieron tomar cartas en el asunto.
Con todas las letras, en la provincia de Tucumán se declaró el boicot a las papas fritas. Los cables no lo especifican, pero hay que suponer que la medida es extensiva al puré de papas. Y tan fuertes son el aumento y el boicot, que los bares y restaurantes ya tacharon de los menús aquellas comidas que van acompañadas de papas fritas.
Todo comenzó hace unos días, cuando los comerciantes pusieron carteles en los locales: "No a la papa". Rápidamente los clientes se solidarizaron y empezaron a pedir otras guarniciones. Y el boicot saltó a los consumidores, especialmente a las amas de casa, que directamente dejaron de comprar papas. Con el tubérculo pudriéndose vaya a saber dónde, irrumpieron como superhéroes la chaucha, la remolacha, la zanahoria y los tomates.
Si la papa quiere volver a codearse con los tucumanos, no tiene más remedio que bajar de precio. Caso contrario está en el horno, y sólo metafóricamente. Humildemente creo que el caso de la papa es apenas un paso, ya que habría que declararle el boicot a decenas de productos, ya que si seguimos en esta senda, vamos a terminar pagando, como en Japón, 300 dólares por un racimo de uva. Y a este paso, a menos que nos habituemos a comer tierra o corteza de árbol, nos encaminamos hacia una gastronomía NacAndPop que sólo podrán pagar los habitués a los restaurantes de Puerto Madero y de El Calafate.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)