Por Humberto Acciarressi
No sólo la literatura: todas las artes descansan en un alto porcentaje en los males de amores, en los desengaños amorosos. A tal punto que suele confundirse el movimiento romántico (filosofía estética, política y revolucionaria del siglo XIX), con lo que popularmente se conoce como romanticismo. A un tipo una lady no le da bolilla, le lleva bombones todos los días, y las vecinas dicen: "Es un romántico". No, doña Rosa: es un salame.
Pero más alla de esas diferencias, de sujetos como ese está lleno el mundo. Todos, alguna vez, hemos padecido estas cuitas del corazón que no hay cardiólogo que cure. Pero ahora llegó el milagro de la mano de los científicos. Gente insensible para quienes el amor es producto de "la serotonina, una monoamina neurotransmisora sintetizada en las neuronas serotoninérgicas en el Sistema Nervioso Central" ¿Cómo?, ¿de qué hablas Willis?, ¿entonces Romeo y Julieta murieron por nada?, ¿Florentino Ariza penó toda su vida sin necesidad? Para la ciencia todo esto se cura de una forma tan prosaica que hasta causa pena: tomándose una pastilla, que justamente circulará primero en Italia, nada menos que la patria de Montescos y Capuletos.
Esa píldora ataca...(bueno, ese conjunto de palabras científicas)..., o sea lo que los especialistas llaman "estrés romántico". Es lamentable. Con gente de este tipo, no hay sentimentalismo que valga. Existe algo de lo que no quedan dudas. Si la ciencia sigue inventando drogas para cualquier cosa (ustedes entienden de qué hablamos), el mundo va camino a convertirse en algo más aburrido que una publicidad de venta televisiva.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)