Por Humberto Acciarressi
Hay estudios que han sobrepasado el límite del bizarrismo. No obstante, como cosas peores se dijeron en su momento de Galileo o Giordano Bruno, añadimos que lo cortés no quita lo valiente. Ahora, científicos de la Universidad de Bristol (no la playa marplatense, sino la casa de estudios británica), han llegado a una conclusión insólita: hay perros pesimistas y los hay optimistas. Y por este hallazgo revelador, lo que se merecen -los investigadores, no los canes- es un hueso de goma cada uno. Curiosamente, se utilizó para medir el comportamiento canino un recipiente con comida. Los optimistas corrieron hacia los platos; los pesimistas dudaron o caminaron más lento hacia ellos ¿Se acuerdan de Marvin, el androide paranoico de la Guía del Viajero Intergaláctico, de Douglas Adams, llevada al cine? Bueno, peor.
El secreto "científico" radica en que los perros optimistas se quedan tranquilos cuando se van sus dueños y los pesimistas se preocupan, ladran y se comen los sillones, los controles remotos, los libros, y si saben abrir la heladera se hacen un sandwich. ¿Por placer? No, para nada. Por ansiedad. Algo así como un ataque de pánico producido por una temperamento abandónico. El estudio concluye con un consejo: en lugar de tirar a su mascota porque es pesimista (con lo cual además se convertiría en un villano sin perdón), el dueño debe buscarle solución a sus problemas emocionales. Y de paso poner unos pesos más y tratarse él mismo.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)