Por Humberto Acciarressi
El mundo, grosso modo, podría dividirse entre los que no pueden dormir ni con un licuado de Rivotril, y quienes se clavan un sueño a un costado de la pista de aterrizaje de Ezeiza, en el momento de mayor tráfico aéreo, y hasta se babean como Homero Simpson en la iglesia. La diferencia entre los desdichados de la primera lista y los favorecidos de la segunda, parece ser -dice un estudio- que se debe a un proceso del cerebro diseñado para bloquear sonidos al dormir. Para expresarlo para que se entienda: una especie de silenciador del bocho, gracias al cual la Bella Durmiente pudo dormir cien años sin que la molestara nadie hasta la llegada del príncipe azul (¿acaso un pitufo?).
Frente a estos estudios, ¿podrán desarrollarse medicamentos reguladores que impidan que los insomnes rueguen, noche a noche, con la inducción a un coma profundo? Y los que no pueden levantarse ni con los Borrachos del Tablón cantando al lado de su cama, ¿podrán solucionar ese problema que los ha llevado a perder trabajos, estudios, mujeres y confiabilidad ante el mundo? Entre las costumbres vampíricas y las del dormilón aquel interpretado por Woody Allen, hay un largo trecho. Sólo hay que saber esperar. Por lo pronto, este estudio alienta la ilusión de quienes se despiertan con el zumbido de un mosquito y creen que el sueño es un invento de un fabulista llamado Sigmund Freud. Caso contrario, seguirán encontrando manchas en el techo hasta el fin de sus días.
(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)