Por Humberto Acciarressi
No llegó, como suele suceder con estas historias, en el más insoportable de los inventos modernos: el spam. Aunque bien podría venir montado en uno de ellos, al estilo de "páselo de mano y gane cien mil euros o no lo reenvíe y muera mañana". No. Esta historia llega de las mejores fuentes y el sujeto existe, refugiado en una cabina en el corazón del Times Square de Manhattan. Se lo conoce como Bill, el socorrista. Lo más parecido al título de una serie de la década del 60. O a una película insoportable interpretada por Tom Hanks.
¿Y qué hace este misterioso personaje que se esconde detrás de unos anteojos negros y un gorro de lana? Entrega cifras que van desde los 50 dólares hasta los 5.000, a cambio de hacer una fila con frío, nieve sobre el cuerpo y café en mano, y una vez frente a Bill contarle tu historia. En estos días, los norteamericanos se matan pensando qué quiere el socorrista, y les parece sospechoso que tenga empleados publicitando su sitio web. Pero a la gente no le importa. Ellos revelan sus secretos íntimos, y cobran cash por los servicios prestados.
La idea del socorrista es maravillosa, porque se basa en las dos necesidades del momento: el dinero y el ansia de contar historias sobre uno. Debe ser uno de los artificios más impactantes junto con el demasiado psiquiátrico amigo invisible. La vida no da finales muy felices, pero sería lindo que nadie conociera su identidad. Entonces sí sería como haber tenido una cita a ciegas con Papa Noel.
(Publicado en "La columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)
No llegó, como suele suceder con estas historias, en el más insoportable de los inventos modernos: el spam. Aunque bien podría venir montado en uno de ellos, al estilo de "páselo de mano y gane cien mil euros o no lo reenvíe y muera mañana". No. Esta historia llega de las mejores fuentes y el sujeto existe, refugiado en una cabina en el corazón del Times Square de Manhattan. Se lo conoce como Bill, el socorrista. Lo más parecido al título de una serie de la década del 60. O a una película insoportable interpretada por Tom Hanks.
¿Y qué hace este misterioso personaje que se esconde detrás de unos anteojos negros y un gorro de lana? Entrega cifras que van desde los 50 dólares hasta los 5.000, a cambio de hacer una fila con frío, nieve sobre el cuerpo y café en mano, y una vez frente a Bill contarle tu historia. En estos días, los norteamericanos se matan pensando qué quiere el socorrista, y les parece sospechoso que tenga empleados publicitando su sitio web. Pero a la gente no le importa. Ellos revelan sus secretos íntimos, y cobran cash por los servicios prestados.
La idea del socorrista es maravillosa, porque se basa en las dos necesidades del momento: el dinero y el ansia de contar historias sobre uno. Debe ser uno de los artificios más impactantes junto con el demasiado psiquiátrico amigo invisible. La vida no da finales muy felices, pero sería lindo que nadie conociera su identidad. Entonces sí sería como haber tenido una cita a ciegas con Papa Noel.
(Publicado en "La columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)