02 febrero 2009

Con eterno resplandor


Por Humberto Acciarressi

Kira Cochrane, que la entrevistó para The Guardian, se pasma porque arma sus propios cigarrillos y los fuma de una manera tan histriónica que sólo le falta una boquilla. Kate Winslet, que creció en Reading vapuleada por sus compañeritos que la trataban de "llorona" y se enteró de su primer papel en "Criaturas celestiales" mientras preparaba un sandwich en la cafetería donde trabajaba, tiene glamour pero no olvida sus orígenes. Ni siquiera cuando siendo joven y regordeta se casó con un asistente de dirección de quien se divorció en el 2001 para contraer matrimonio con Sam Mendes, el director de "Belleza americana", una de las películas más sobrevaloradas y obvias de los últimos años. Pero bueno, algún defecto tenía que tener la chica.

Ahora está nominada para el Oscar por "The reader" (la candidatura es para Mejor Actriz aunque el Globo de Oro lo ganó como Actriz de Reparto), una película del también británico Stephen Daldry, director de aquella brillante "Las horas" que narra la historia de tres mujeres ligadas por el libro "Mrs Dalloway", de Virginia Woolf. El otro Globo de Oro lo obtuvo como Mejor Actriz por "Revolutionary Road", dirigida por su marido y coprotagonizada por Leonardo Di Caprio, con quien no compartía cartel desde la archipremiada y ultrataquillera "Titanic".

La bellísima y talentosa Kate, que a los 33 años ya fue candidata al Oscar seis veces, demuestra una vez más que tiene lo mejor de la escuela inglesa de actuación. Una rápida pasada por su carrera permite recordar algunos de sus mejores papeles. Desde la osada ama de casa en "Little children", la excitante y virginal confidente del Marqués de Sade en "Quills", la provocativa sectaria de "Holy Smoke", la adorable aunque histérica desprejuiciada de "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos", la periodista ambiciosa y testaruda de "La vida de David Gale", la enfermiza Sylvia Llewelyn Davies en "Descubriendo el país del Nunca Jamás", y todas las que el lector quiera añadir.

Kate, desde "Sentido y sensibilidad" (basada en la novela homónima de Jane Austen) hasta "Juegos secretos", fue evolucionando con obstinación británica. Hace años tomó la determinación de no formar parte del núcleo sempiterno de Hollywood y de rechazar cualquier proyecto con olor a superproducción. Saturación de "Titanic", podría definirse esa decisión. Lo cierto es que la cumple a rajatabla y cada vez le va mejor. Y lo reconoce con sincera humildad, no desprovista de un orgullo natural, de ese tipo de sentimiento que no ofende sino que entusiasma.

Admiradora de Maryl Streep, Susan Sarandon, Judi Dench, Helen Mirren, las define: "Esas bellezas increíbles de mujeres por las que han pasado los años, pero que no han cambiado; cuyos rostros mantienen su expresión normal y no tiene nada artificial. Eso es belleza y estilo: mantenerte honesta contigo misma". Si una frase la define es esa. O cuando se desnuda ante la cámara sin usar doble de cuerpo y se jacta: "Tengo panza de madre y lolas desastrosas. No me miro en el espejo y digo que estoy fantástica. Estoy feliz de ser quien soy. Me siento confortable en mi propia piel, con todas sus imperfecciones y estrías".

Regordeta ("Lo fui desde chiquita, pesaba noventa kilos y eso me enseñó que la imagen importa poco") y bellísima, madre de dos chicos, la ropa de lujo le sienta menos bien que la informalidad inglesa que la convierte en una de esas mujeres que al principio parecen "no decir nada" hasta que un día uno se da cuenta de que está perdidamente enamorado de ellas. Si consideramos que de no producirse nada extraño aún tiene toda la vida por delante, que ha cultivado la comedia, el drama y la tragedia con igual capacidad, hay que imaginar que esta mujer que posa para Steven Mersel emulando a Catherine Deneuve en "Belle de Jour" o en la tapa de "Vanity Fair", estará entre las mejores actrices de todos los tiempos. Con su eterno resplandor.

(Publicado en la sección "Persona" de La Razón, de Buenos Aires)