31 octubre 2006

Orson Welles, aquel niño terrible


Por Humberto Acciarressi

A los tres años escribía de corrido y sin faltas de ortografía. A los siete tocaba el violín como un eximio. A los diez interpretaba a Shakespeare. A los quince pintaba cuadros con arte envidiable. A los dieciséis ya era un actor profesional. A los veintidós fundó en Nueva York el célebre Mercury Theatre. Un año más tarde, desde un estudio de radio, empujó al pánico a sus compatriotas al convencerlos de que los marcianos invadían la Tierra. A los veintiséis dirigió su primera película, "El ciudadano" (Citizen Kane), considerada entre las cinco mejores de toda la historia del cine. Si Orson Welles hubiera muerto en ese momento habría estado plenamente justificado considerarlo uno de los pocos genios del siglo XX. Y por suerte siguió vivo.

Hijo de un inventor y una pianista, ambos muy viajeros, Orson se conectó siendo un chico con un mundo de intelectuales y artistas. Ya desde niño se caracterizó, como hemos visto, por sus inquietudes estéticas; pero también por una rebeldía a la que fue dándole forma con el correr de los años, hasta convertirla en un sello distintivo de su personalidad. Varios hechos fundamentales jalonaron su vida pública. El primero le llegó a los 23 años. Con el elenco del Mercury Theatre, el 30 de octubre de 1938 hizo una versión radiofónica de "La guerra de los mundos", el libro de Herbert Wells. La emisión que narraba la invasión ficticia de marcianos provocó un pánico inusitado en los Estados Unidos: cundieron los suicidios; las calles se atestaron de autos con gente que huía; y ya aclarado el asunto, aún quedaban personas que juraban haber visto a los ET aniquilando gente a su paso.

El joven irreverente que había jaqueado a la sociedad yanqui de preguerra se convirtió en una pieza codiciada para los cazatalentos. Fue asi como, un buen día, comenzó el rodaje de su ópera prima: "El ciudadano". El film que narra las venturas, desventuras, logros y frustraciones de un magnate de la prensa está inspirado en la vida de William Randolph Hearst, zar del periodismo norteamericano, que primero quiso comprar la película y luego, ante la negativa, descargó sobre el director una de las más despiadadas guerras que se recuerden. Este hito de la cinematografía mundial se estrenó el 9 de abril de 1941 en el newyorkino Broadway Theatre. ¿Qué se puede agregar a lo dicho sobre "Citizen Kane"? Nada. Apenas una redundancia: que revolucionó el lenguaje cinematográfico como nunca antes se había hecho. Gracias al éxito obtenido por su película, Welles filmó una decena más, entre las que se contaron "Soberbia", "El proceso", "Macbeth", "Otelo" y "Raíces en el fango".

La vida de este creador fue mucho más que sus películas, asi como la de Hemingway excedió sus libros. Conversador infatigable, siempre con su habano en sus labios y un vaso de whisky en las cercanías de su mano, llegó a comer toneladas de langostas. Este hombre estaba en sus frases caústicas; en esa costumbre de inventarse a sí mismo; de dejar proyectos inconclusos; de cambiar de amantes con el entusiasmo de un romano de la decadencia; de romper matrimonios (una de sus esposas fue Rita Hayworth; la última, la condesa italiana Paola Moli); o en su desgracia de perder fortunas en el montaje de su obras teatrales.

En 1942, Welles estuvo en el teatro Cervantes de Buenos Aires donde dijo considerarse "absolutamente nada" en el complejo engranaje del cine. Más tarde, menos modesto, se definió como "gigante en un mundo de enanos". Y varios años después declaró: "Pertenezco a la vieja tradición de los rebeldes; una raza casi extinta". Welles podía encontrarse en cualquier lado: actuando en películas como "Casino Royale" o "El tercer hombre"; escribiendo una columna de cocina en "Los Angeles Magazine"; o irrumpiendo en la TV al lado de Los Muppets o de Johnny Carson. Consideraba a Fellini el más grande de los directores; amaba Italia y odiaba Roma; detestaba a Cecil B. de Mille y a Alfred Hitchcock; y cuando no filmaba, escribía. Este clásico que paradójicamente sigue siendo vanguardista sostenía: "El mal director hace malas películas y el buen director hace buenas películas. En cambio, el gran director crea maravillas absolutas o desastres totales".

Cualquier diccionario informa que Welles nació el 6 de mayo de 1915 en Wisconsin y que murió el 10 de octubre de 1985, de un ataque cardíaco y sin murmurar ninguna palabra parecida al "Rosebud" que abre el enigma de su película más célebre. Datos sueltos. Resulta más acertado precisar que su vida es toda para contar y su obra toda para ver. En síntesis: fue una de esas personas que no pueden obviarse cuando se recorren los entramados del caótico siglo XX.

(Publicado en la revista "Así")