¿Fue real o ilusoria? Con sus enormes ojos redondos, sus pestañas movedizas, su voz sugestiva, su pollera cortita y sus ligas hizo ratonear a chicos y grandes allá por los años 30…y más acá en el tiempo también. Y en consecuencia se convirtió en el terror de los moralistas y puritanos que vieron en ella un engendro demoníaco, una figura satánica destinada a provocar la lascivia de los hombres y el escarnio en las mujeres. Entonces, ¿fue real o ilusoria? En todo caso fue Betty Boop, la primera – y tal vez única, ya que las posteriores Valentina o Barbarella tenían atributos diferentes – heroína del dibujo animado que llevó las sugerencias sexuales al universo de los cartoons, al ritmo de las músicas de Cab Calloway, Don Redman y el propio Louis Armstrong.
Betty nació el 9 de agosto de 1930 en los estudios de Max Fleischer, dicen que inspirada en estrellas de carne y hueso como Mae West o Claudette Colbert. Su infancia debe haber sido muy triste, ya que tuvo padre –su creador Myron Natwick-, pero obviamente careció de madre. Aunque para paliar esa ausencia su progenitor siempre estuvo con ella, e incluso tuvo el mal gusto de sobrevivirla medio siglo, ya que el dibujante murió a los cien años en 1990. Por esos azares de la vida, la Boop se convirtió en una rebelde que convulcionó la sociedad. Su primera aparición fue en “Dizzy Dishes”, donde era una especie de mujer-perra que erotizaba los instintos caninos del astro Bimbo, a su vez un perro humanizado.
Unos meses más tarde, aquel engendro sensual ya se había convertido en la Betty tradicional, con la melenita corta, la boca con forma de corazón y ese cuerpito insinuante que volvía locos a todos los hombres, dentro y fuera de la pantalla. Y la ira de la cantante Helen Kane, que entabló una demanda por… ¡apropiación ilegítima de personalidad!. Una de las mejores definiciones la dio, varias décadas después, el padre de la criatura: “Aunque nunca fue vulgar ni obsena, Betty era una sugestión que uno podía deletrear en tres caracteres: S-e-x”.
La curvilínea chica siempre estuvo acosada por pretendientes de toda laya con un común denominador: eran galanes interesados en pasar una buena noche en su compañía. Y aunque a veces Betty les hacía sonar la cara de una cachetada, en otras oportunidades… La verdad es que en el dibujo nunca pasaba nada, pero al ningún televidente se le escapaba que todo “ocurría” al finalizar el episodio. O las cosas que se insinuaban, como cuando un empleador le preguntaba a Betty con ojos que eran una denuncia: “Así, mi belleza, que quieres un trabajo”. No hay que olvidar que todo esto ocurría a comienzos de la década del treinta. El jolgorio y la libertad duraron cuatro años que fueron una eternidad para los puritanos norteamericanos. No en vano, cuando inventaron el Código Hays para la censura, una de las primeras víctimas fue Betty Boop. Al principio hubo resistencias, pero un mal día de 1934 los moralistas le ganaron la batalla.
Obligada por los censores a alargar sus faldas y a trocar la seducción por la bobería, Betty perdió la picardía y se volvió sosa, Sus insinuaciones al ritmo de “Esa es mi debilidad” se convirtieron en resignaciones acompañadas por el “Blues de la limpieza hogareña”. En una palabra, los censores hicieron de Betty una pobre chica que –al ser un dibujo animado – ni siquiera tenía la capacidad de soñar con tiempos mejores. Se fue consumiendo en una anemia terminal, mientras los que le habían quitado la sangre se ensañaban con otras colegas ficticias, como la Jane de Tarzán.
Aunque llegó a los cien cortos (de uno de ellos surgió Popeye el marino), la Boop se murió irremediablemente en 1939, cundo comenzaba la Segunda Guerra Mundial y el mundo estaba lo suficientemente aterrado como para preocuparse por un dibujito animado. Su “boop-boop-a-doop” se perdió en el tiempo y sus curvas sensuales sucumbieron ante el avance arrollador de las mujeres de carne y hueso.
Muchos años más tarde, en 1984, el dibujante Bill Menéndez la hizo revivir para un especial de televisión de media hora emitido por la cadena CBS. La última vez que se la vio estaba muy triste, batiendo con nostalgia sus pestañas. Fue en la película “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”, donde se enamoraba vanamente del protagonista. En la actualidad está obligada a vivir en la videoteca de sus fanáticos, que no son pocos, y cada tanto alguna moda la dibuja en posters, toallas, vasos y relojes. En conclusión, pobre mujercita de tinta, soñada y soñadora, compelida a ser acosada hasta la eternidad por esos galanes odiosos y envidiados.
(Publicado en la revista "Así")