05 octubre 2006

Django "Dos dedos" Reinhardt según Sabat


Por Humberto Acciarressi

William Gottlieb, en 1947, obtuvo un retrato de Django Reinhardt. Allí, el guitarrista, con un cigarrillo en la boca y una sonrisa hacia dentro, se mira la devastada mano izquierda, o los dos únicos dedos que podía utilizar de ella, mientras la derecha le saca al instrumento un sonido que la instantánea no perpetuó. Salvo por esto último, la fotografía es perfecta. Una excelente imagen para describir el mundo físico y espiritual de este gitano nacido en un carromato el 23 de enero de 1910 con el nombre de Jean Baptiste Reinhardt.

Esa foto de Gottlieb es, claro, un homenaje. Como también lo es, por carácter transitivo, la película "Dulce y melancólico", de Woody Allen, donde Sean Penn interpreta a un guitarrista obsesionado por Django, a quien considera el único en el mundo que lo supera; un lejano y singular artista que hace tambalear su gran ego. Woody, en el falso documental, inventa a este músico al que bautiza Emmet Ray para hacer un tributo al gitano ilustre.

El tercer homenaje -"una interpretación gráfica de Django Reinhardt" para ser precisos - se la debemos al gran Hermenegildo Sábat, el hombre que llevó la caricatura a las cimas del arte. En su libro "Dos dedos" - Django perdió los otros en un incendio y se salvó de milagro que le cortaran la mano -, editado por la Universidad de Quilmes, reune más de cuarenta ilustraciones del músico, desde su nacimiento en un carromato en Bélgica hasta su muerte, el 15 de mayo de 1953, en un hospital de Fontainebleau, a la vuelta de una gira por Suiza.

Sábat, es archisabido, no sólo es un gran conocedor del jazz y sus vericuetos apasionantes. También - lo que no es poco - escribe bien. Imposible, entonces, obviar su introducción al libro, que comienza: "Este es un cuento de gitanos y, aunque sea bastante conocido, no resultará aburrido repetirlo". Y Sábat no exagera ni peca de falsa modestia. En lo referido a las imágenes, son "Sábats" llevados a un grado sumo como el elixir. Imágenes poéticas de dulce melancolía, logran que el espectador recorra la vida de aquel músico impar que supo hacerle gambitos a la adversidad, por lo menos para dejar algunas de las piezas más conmovedoras de la historia del jazz. El resto, ya sea con sus palabras o sus bellas imágenes, lo dice mejor Hermenegildo Sábat.

(Publicado en "La Razón" de Buenos Aires)