Fue el gordo más castigado de la historia de la pantalla. Fue, y sigue siendo, uno de los cómicos que más hicieron reir a lo largo del siglo XX. Fue uno de “Los tres chiflados”, que en realidad fueron como ocho, de acuerdo con las distintas formaciones que tuvo el trío en las 206 filmaciones que realizaron. Fue, además, el más surrealista de esa especie de corte de los milagros que se formó allá por la década del treinta para solaz del público de todo el mundo. Y sin embargo pocos, como Curly, tuvieron una vida tan dramática, tan cargada de crueles paradojas.
El pelado de los “stooges”, que habia nacido el 22 de octubre de 1903 con el nombre de Jerome Lester Howard, era el hermano de Moe, el psicótico del pelo cortado a la taza que en cada uno de los episodios le propinaba más golpes que a un muñeco tentempié, le torturaba la calva con taladros, o le metía los suficientes piquetes de ojos como para que el propio espectador tramara venganzas irrealizables.
Curly fue, y sigue siendo, uno de los “chiflados” más queridos por el público. En el furor despertado por el trío en las últimas dos décadas, el pelado es el que lleva las de ganar, con camisetas, llaveros, posters y hasta tatuajes con su rostro. Incluso, la hija de Moe dio a la imprenta una biografía sobre su tío, que forma parte de una treintena de obras inspiradas en Curly y sus compañeros de chifladuras.
No resulta ocioso señalar un dato: el día en que los hermanos Shemp y Moe debutaron con el nombre “Howard y Howard” lo hicieron ante una sala vacía, cuando todos los habitués de una cantina ya se habían retirado con el estómago repleto de comida y la satisfacción de haber escuchado a otros cómicos. Sin embargo, expertos en eso de que “el show debe seguir”, los Howard hicieron su rutina para una sola persona: el otro hermano, Curly, que con ojos llorosos aplaudía a rabiar. Ese era el pelado, que por entonces aún tenía una bella cabellera con la que seducía a las chicas que frecuentaban los vodeviles. Un ser sensible, que en la vida real era, paradójicamente, el protegido de Moe.
Curiosamente, la tragedia de la vida de Curly estuvo signada por su éxito. Cuando debió cortarse los rizos de su cabeza para sumarse al grupo, las chicas dejaron de mirarlo, su poder de seducción decayó a límites de pesadilla, se sintió el más feo de los mortales. Con el cráneo estragado por las tijeras y los ojos bañados en lágrimas, se enfrentó a las cámaras. Y en medio de su tristeza, su fama comenzó a saturarlo. Llevaba el enemigo en si mismo, como un “alien” en el estómago. “Los tres chiflados” se convirtieron en un boom y todos sus cortos se difundieron por las 156 estaciones televisivas de los Estados Unidos (vale aclarar que ninguno de los integrantes del trío jamás vió un centavo por esas apariciones en la pantalla, ya que su contrato era con la productora Columbia). En ese marco, el pelado –alejado de las mujeres y muchas veces sin dinero – se hundió en sus melancolías. Como suele ocurrirle a muchos grandes, mientras sigue el show el dolor se afinca en sus corazones y sólo viven gracias a que están sumidos en la vorágine.
Así pasaron los años de gloria, con Curly entregado al alcohol y al arbitrio de las más escandalosas depresiones. Sus compañeros poco pudieron hacer por él. Un mal día sufrió un ataque, quedó hemipléjico y fue reemplazado por su hermano Shemp, otro “stooge” histórico. Seis años más tarde, en 1952, después de sufrimientos y pernurias, murió con el hígado partido en mil pedazos. En el velorio, Moe dijo dolorido: “Yo sabía por qué mi hermano Curly se emborrachaba. El haberse rapado la cabeza lo hacía sentirse rechazado por las mujeres y para encararlas se envició con el alcohol”. Como sus compañeros y amigos lo habían rodeado con un piadoso manto de silencio, nunca antes de su muerte se supo el verdadero drama del peladito castigado en la pantalla y en la vida.
Entre los argentinos, “Los tres chiflados” siempre tuvieron el beneficio del público. ¿Quién no sintió una compasión cercana a la admiración por el sufrimiento del pelado? Casi la misma que se tiene por el pobre Coyote ante su torturador, el insoportable Correcaminos. Pero la historia está a favor de los pequeños. El calvo Curly, como una venganza del destino, tiene todo el amor de los “chifladoadictos”. En una suerte de desagravio por lo que sufrió en los sets y fuera de ellos, su tumba, como la de Elvis, Gardel o Jim Morrison, es la más visitada por los cultores del trío. El gordo pelado es un ídolo entre los ídolos, un muerto ilustre que cada tanto vuelve a las pantallas para extasiar a los amantes de la buena comicidad, a los adoradores de la buena televisión, a los que saben distinguir entre un cómico con todas las letras de un saltimbanqui de pacotilla, de esos que abundan en todo el planeta y en todas las profesiones.
(Publicado en el Diario Oficial de la Feria del Libro Infantil de Buenos Aires)