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26 febrero 2015
Los años vuelven clásico a David Foster Wallace
Por Humberto Acciarressi
"La broma infinita", la novela que le tomó a David Foster Wallace tres años en escribirla y que publicó en 1996, puede considerarse un compendio de todos los géneros literarios (distopía, realismo, ciencia-ficción, sátira, existencialismo francés, obra psicológica, etc), y en su confección se utilizan desde la borgiana bibliografía ficticia hasta el joyceano monólogo interior Y no hablar del drogadicto en recuperación que protagoniza la novela, que dice entender "en un nivel intuitivo el por qué la gente se mata", además de añadir que "... si tuviera que seguir con ese sentimiento, me mataría yo también". "La broma infinita" no sólo es la obra cumbre, acertadamente considerada como una novela pantagruélica, sino que en los casi ocho años que han pasado desde su suicidio, pasó de ser una obra de culto a convertirse en una narración masiva, cosa por entonces casi inimaginable.
Wallace era considerado a su muerte uno de los escritores más importantes de Estados Unidos, aunque el círculo de sus lectores no era tan numeroso. Era, además, uno de los intelectuales que reflexionó con más ferocidad sobre una sociedad narcisista hasta el desparpajo, además adoradora acrítica de los medios de comunicación. De la administración Busch dejó dicho: "Un show horrorífico de rapacidad, orgullo desmedido, incompetencia, mendacidad, corrupción, cinismo y desprecio hacia el electorado". Pero su obra es mucha más vasta y requiere ser leída (es difícil aconsejar, pero digamos, al azar, el ensayo "Hablemos de langostas", "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer", "Entrevistas breves con hombres repulsivos", los libros de relatos "Extinción" y "La niña del pelo raro")
Irónico, cultísimo y erudito, conocedor como pocos de los recursos de la escritura, ya ha pasado el tiempo suficiente desde que Wallace se quitó la vida a los 46 años, para decir que se ha convertido en un clásico. Otros autores necesitan más tiempo del que este escritor puede darse el lujo de saltear. "Probó de todo. Simplemente no pudo resistirlo más", señaló con honestidad y tristeza su padre cuando le dieron la noticia fatídica. David Foster Wallace, durante unos veinte años, intentó combatir su depresión con medicamentos. Hasta que un día los abandonó, para matarse unos meses más tarde en su casa de California. Entre las muchas cosas que se dijeron entonces destacamos dos: Jonathan Franzen manifestó que Wallace "era enormemente talentoso, retóricamente el más afilado" y Richard Powers fue más alla al afirmar que "era el mejor de nuestra generación y su muerte es una pérdida indescriptible". En 1942, Albert Camus abrió su libro "El mito de Sísifo" con una frase ya histórica: "El suicidio es el único problema filosófico realmente serio". David Foster Wallace dejó una obra para indagar en ese misterio, pero nada garantiza una respuesta.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)