26 febrero 2015

A una década de la muerte de Guillermo Cabrera Infante


Por Humberto Acciarressi

Alla por 1929 en Gibara, en el noroeste de Cuba, una señora pobre de toda pobreza, pero con una gran sensibilidad, le preguntaba a sus dos hijos: "¿Cine o sardina?" Los chicos -según contó décadas más tarde uno de ellos- jamás dijeron "sardina". Con esos antecedentes no resulta curioso que Guillermo Cabrera Infante -como Manuel Puig entre nosotros- siempre tuvo al cine en el primer plano de sus amores. No sólo fundó la Cinemateca de Cuba, sino que en el campo de las letras -su pasión desbordante- publicó tres libros que tiene el universo de la pantalla en el centro: "Un oficio del siglo XX", "Arcadia todas las noches" y "Cine o sardinas", que recopilan sus exquisitos, brillantes escritos sobre ese entusiasmo no oculto, que lo acercó, incluso, a Hollywood.

Tampoco es casual que Cabrera Infante definiera la literatura como "un vasto campo de juego". Fue en ese terreno que experimentó con el idioma desde que la fama literaria le llegó con su novela "Tres tristes tigres", donde contó la vida nocturna de tres jóvenes en La Habana pre-revolucionaria. Con ella obtuvo premios internacionales y la expulsión de la Unión de Escritores de Cuba. Luego llegaron "La Habana para un Infante difunto", "Vista del amanecer en el trópico", "Delito por bailar cha cha chá", "Ella cantaba boleros" y "Todo está hecho con espejos", entre otros. El escritor cubano, siguiendo el consejo de Tolstoi, no dejó de pintar su aldea, aunque en su caso tuvo un valor supremo, ya que pasó más de media vida fuera de su Cuba natal. Y sin embargo nadie como él -que sólo volvió al país caribeño a la muerte de su madre, en 1965- pintó la vida íntima, cotidiana, de tristezas y alegrías, razones y sinrazones, del pueblo de la isla.

Alejado geográficamente de Cuba por cuestiones políticas, España le negó la residencia y finalmente consiguió la ciudadanía británica. Jamás volvió a su patria y así, lejos de ella, en Londres, lo encontró la muerte el 21 de febrero del 2005. Sobre su vida se ha dicho de todo -y en esto también es parecido a Manuel Puig-, aunque muchas veces injustamente. Figura ya legendaria, a Cabrera Infante se le deben aplicar sus propias palabras: "La historia puede ser real o falsa, pero los tiempos la hicieron creible". Eso, por fortuna, no pasa con todos. En "La ninfa inconstante" dejó plasmada una de sus obsesiones, casi siempre -como suele suceder- no llegan a nada. Escribió Cabrera Infante: "Según la física cuántica se puede abolir el pasado o, peor todavía, cambiarlo. No me interesa eliminar y mucho menos cambiar mi pasado. Lo que necesito es una máquina del tiempo para vivirlo de nuevo. Esa máquina es la memoria. Gracias a ella puedo volver a vivir ese tiempo infeliz, feliz a veces".

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)