No vamos a negarlo, Hollywood, la meca de los famosos de la galaxia, suele estar en la mira mediática mucho más que cualquier otro sitio emblemático del espectáculo. Y más aún cuando, con el correr de los días, se nos viene la ceremonia de los Oscar, especie de orgasmo planetario para los amantes de los mundos de fantasía y de sus personajes. También es cierto que en cualquier lado -basta mirar la escena local argentina- ya casi no quedan mujeres y hombres de los que visitan la televisión, que no se hayan sometido a intervenciones para cambiar su cara, sus pechos, sus caderas, y por no hablar de otras operaciones más estrafalarias. Vivimos un tiempo en el que "parecer" es más importante que el "ser". Y así nos va.
Digamos, asimismo, que cada uno es dueño de hacer con su cuerpo lo que quiera. Este columnista no cultiva el inaudito deseo de controlar a los demás, pero dejemos de lado este asunto que va más alla de las operaciones estéticas y que naturalmente incluye el ámbito de quienes nos gobiernan. Pero tampoco podemos obviar temas que nos afectan en lo personal (y por lo leído en las redes sociales no soy el único ni aspiro serlo). Vamos a ser más claros: que muchos actores y actrices se hayan "retocado" sus caras, que una Xipolitakis -y con ella englobo a todo mediático argentino- se agregue lolas, me tiene sin cuidado. Pero que Uma Thurman, con 44 años, tenga otra cara (sí, otra cara), es una pérdida que no estoy seguro de poder afrontar.
No es necesario que diga que la hermosa rubia no necesitaba tocarse el rostro, pero si lo es que añada que ahora tiene otra expresión. Ya no es la más simpática asesina del mundo que nos mostró Tarantino en "Kill Bill", ni la sensual "esposa" de "Henry and June", el film de Philip Kaufman sobre Henry Miller, ni la espectacular Mía Wallace de "Pulp Fiction", ni la más bella productora discográfica en "Be Cool"... ¿para qué seguir mencionando cosas que nos hacen daño? Lo cierto es que, reiteramos, Uma se sacó el encanto. Ya sé que es poco cortés decirlo, pero no vamos a ser hipócritas. Con los pómulos y las levísimas arrugas, con sus ojos ahora achinados desapareció su rostro tan especial, se esfumó. Y la cosa no pasó inadvertida en las redes. No voy a mentir: lo que opine el planeta sobre ese cambio no me importa, pero por el momento no estoy seguro de volver a ver una película con ella. El tiempo, que cura tantas cosas, tal vez me haga cambiar de opinión. Pero lo dudo.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)
Nota del autor: Ahora dicen que en realidad no se hizo una cirugía, sino que estaba maquillada. Lejos de las fuentes, carezco de la forma de verificarlo. Sin embargo, de una u otra forma, se cumplió mi deseo y Uma sigue siendo Uma, y no una mala copia de sí misma.