Jack London, además de uno de los escritores más influyentes de fines del siglo XIX norteamericano y un referente de varias generaciones de lectores con novelas como "Colmillo blanco" y "La llamada de la selva", fue un aventurero, un soñador que recorrió los ríos como marino, las praderas de Estados Unidos como cow-boy, las fronteras como contrabandista, luego se hizo "policía pesquero", anduvo por Alaska en busca de oro y se hizo boxeador (y después escribió relatos sobre su experiencia). Y en medio de vida tan tumultuosa, no le faltó tiempo para publicar, por lo menos, cincuenta libros, algunos de ellos memorables. Murió en noviembre de 1916, a los 40 años. Siempre se dijo que fue un suicidio, pero nuevas teorías (sólo eso) ponen en duda el episodio.
Sin ser un socialista desde el punto de vista intelectual, lo fue desde la mera práctica. Y esto se expresó en una novela casi desconocida, "El talón de hierro", una fábula futurista premonitoria del fascismo, en la que se describen los engranajes y los mecanismos de un estado totalitario moderno. Y eso mucho antes que "1984" de Orwell u otros relatos emblemáticos de la distopía, incluso que a alguien se le pasara por la cabeza de algo llamado fascismo. Hay que hacer notar -ya que es de vital importancia en la historia de la literatura e incluso de las ideas- que "El talón de hierro" fue publicada en 1908. Faltaba, asimismo, una década para la Revolución de Octubre.
Pero London -un verdadero maestro del cuento corto y del realismo social- escribió unas piezas conmovedoras por sus descripciones. Por ejemplo "Por un pedazo de carne" (que narra lo que hace por subsistir un viejo boxeador), "El chinago" (que aborda las condiciones de esclavitud de los chinos en las plantaciones inglesas de algodón, en Tahití), "Una invasión sin paralelos" (en dónde manifiesta su preocupación por el imperialismo chino), "Cara de Luna", "La hoguera", entre otras. Hay una narración, sin embargo, que está entre las mejores del género, sea por su contundencia como por su sencilla brevedad: "La huelga general", en inglés "The Dream of Debs".
En este corto relato -del que se dice que anticipó la huelga general de San Francisco de 1934, es decir dos décadas después de su muerte - los obreros, cansados del poder representado por el gobierno, los jueces, la policía y los políticos, resuelven demostrar que sin ellos la sociedad es inviable. Pero cuando Jack London lo publica en 1909, no lo hace mediante los clishés del realismo socialista, sino mostrando los estragos que las medidas de la huelga tienen en la forma de vida de un grupo de amigos poderosos. "El ruido de la gran ciudad había desaparecido misteriosamente. El transporte de superficie por mi calle a esta hora del día era de un promedio de un tranvía cada tres minutos; sin embargo, en los diez minutos siguientes, no pasó ni uno solo". A esto sigue el desasosiego, cuando el sirviente le comunica al narrador que no hay pan, ni leche y que a partir del día siguiente no habrá diarios. Lo lógico en cualquier huelga. London, incluso, hace que su personaje se tome casi en broma el acontecimiento. Y ese sarcasmo sólo puede explicarse con lo que Henry Miller dijo de él: "No hallo otro escritor americano de igual coraje y de más fiera energía en América".
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)