Por Humberto Acciarressi
Sócrates, en palabras de José Ortega y Gasset quien inventó la razón en una antigua plaza de Atenas, tenía un "daimon" que lo ayudaba en sus pensamientos, de acuerdo a "El banquete", de su discípulo Platón. Cuando Sócrates enfrenta el juicio en el que se lo condena a muerte (que él elige al exilio), se refiere a "mi daimon, el espíritu divino que me asiste". Siglos más tarde nos encontramos con la heroína militar Juana de Arco, quien en el juicio que la sentenció a morir quemada con apenas 19 años, le dijo a sus verdugos que su valiente lucha contra los ingleses durante el sitio de Orleans le fue inspirada por palabras que le hablaban en diferentes momentos del día.
Cuando uno de los padres de la filosofía y la Doncella de Orleans, cada uno en su tiempo y su geografía se enfrentaban a su hora final, el mundo estaba lejos de imaginar que algún día existiría algo llamado Twitter. El presidente en ejercicio de Venezuela y candidato a pelear por ese cargo que ocupa por el fallecimiento de Chávez, Nicolás Maduro, no tuvo la suerte de Sócrates y Juana. Porque las cargadas que se come en Twitter son fatales. Y eso ocurre desde que se despachó con aquella frase en la que sugirió que Chávez (ya muerto) le había pedido a Cristo "una manito" para que el Papa fuera nuestro compatriota Bergoglio.
Las cosas se fueron complicando para Maduro. En el comienzo de la campaña que lo tiene como candidato a sentarse en el despacho principal del Palacio de Miraflores, el presidente en ejercicio dijo que el alma de Chávez se le aparecía en forma de un "pajarito chiquitico", que primero le silbaba y luego le decía cómo actuar. Incluso lo alentó: "Arranca la batalla. Vayan a la victoria. Tienen nuestras bendiciones".
Ahora fue fotografiado con un sombrero con un pájaro artificial pegado en su parte superior, dando a entender que el líder fallecido le habla en forma permanente. Maduro, militante fervoroso de Sai Baba, por lo menos tiene sentido del humor. Aunque a la mitad de los venezolanos les den ganas de llorar.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)