Por Humberto Acciarressi
Aunque su verdadero nombre es "A Moveable Feast", en el mundo de habla hispana el libro de Ernest Hemingway es conocido como "Paris era una fiesta". Parece más adecuada la traducción, pues el propio escritor supo decir muchos años después de la década del 20 -que es la que describe- que "París es una fiesta que nos sigue". La Primera Guerra Mundial, que se había extendido de 1914 a 1918, fue inevitable. Había mucha tensión en el ambiente. Podían ser las guerras balcánicas, la llamada "paz armada", o la alianza de Francia, el Reino Unido y Rusia por un lado, y Alemania, el imperio austrohúngaro e Italia, por el otro.
Según cifras optimistas, la Gran Guerra causó diez millones de muertos. Un millón quinientos mil tuvo el país más afectado: Francia. Por eso, cuando sonaron los últimos disparos y los alemanes firmaron en Versalles el tratado que dejó abiertas las puertas de la Segunda Guerra, artistas de todas las latitudes se sumaron a esa especie de Renacimiento. Bajo el nombre de "generación perdida" (acuñado por Gertrude Stein) incluye a figuras como John Dos Passos (alistado en la Cruz Roja), Ezra Pound, Erskine Caldwell, William Faulkner (en la Real Fuerza Canadiense), Ernest Hemingway (estuvo en el frente de batalla como soldado de infantería), John Steinbeck y Francis Scott Fitzgerald (en el Ejército Estadounidense).
La lista no se agota así nomás. Hombres y mujeres, artistas de todas las disciplinas, hicieron muchas de sus mejores obras en ese entretiempo paradisíaco, en el que nadie pensaba en los salones del arte o en las confiterías bohemias o en librerías como la Shakespeare and Company (en la foto, con la imagen de su dueña Sylvia Beach y con James Joyce), que en los arneses de las potencias se armaba lentamente el arsenal de una guerra más terrible, más apocalíptica, que aquella cuyo final se disfrutó con esa "fiesta" que todas las disciplinas del arte tienen en su historia del siglo XX.
(Publicado en la sección Cultura, del diario La Razón, de Buenos Aires)
Aunque su verdadero nombre es "A Moveable Feast", en el mundo de habla hispana el libro de Ernest Hemingway es conocido como "Paris era una fiesta". Parece más adecuada la traducción, pues el propio escritor supo decir muchos años después de la década del 20 -que es la que describe- que "París es una fiesta que nos sigue". La Primera Guerra Mundial, que se había extendido de 1914 a 1918, fue inevitable. Había mucha tensión en el ambiente. Podían ser las guerras balcánicas, la llamada "paz armada", o la alianza de Francia, el Reino Unido y Rusia por un lado, y Alemania, el imperio austrohúngaro e Italia, por el otro.
Según cifras optimistas, la Gran Guerra causó diez millones de muertos. Un millón quinientos mil tuvo el país más afectado: Francia. Por eso, cuando sonaron los últimos disparos y los alemanes firmaron en Versalles el tratado que dejó abiertas las puertas de la Segunda Guerra, artistas de todas las latitudes se sumaron a esa especie de Renacimiento. Bajo el nombre de "generación perdida" (acuñado por Gertrude Stein) incluye a figuras como John Dos Passos (alistado en la Cruz Roja), Ezra Pound, Erskine Caldwell, William Faulkner (en la Real Fuerza Canadiense), Ernest Hemingway (estuvo en el frente de batalla como soldado de infantería), John Steinbeck y Francis Scott Fitzgerald (en el Ejército Estadounidense).
La lista no se agota así nomás. Hombres y mujeres, artistas de todas las disciplinas, hicieron muchas de sus mejores obras en ese entretiempo paradisíaco, en el que nadie pensaba en los salones del arte o en las confiterías bohemias o en librerías como la Shakespeare and Company (en la foto, con la imagen de su dueña Sylvia Beach y con James Joyce), que en los arneses de las potencias se armaba lentamente el arsenal de una guerra más terrible, más apocalíptica, que aquella cuyo final se disfrutó con esa "fiesta" que todas las disciplinas del arte tienen en su historia del siglo XX.
(Publicado en la sección Cultura, del diario La Razón, de Buenos Aires)