Por Humberto Acciarressi
Se sabe que a Jorge Luis Borges no le gustaba Carlos Gardel, porque consideraba que había arruinado el tango, y que sentía aversión por Beethoven. También es verdad que el creador de El Aleph se reconocía "sordo musical", aunque tenía muy buen oído para el sonido de las palabras. Cierta vez, Victoria Ocampo, en ese entonces con 74 años, hizo uno de sus habituales viajes a Londres. Y allí presenció el primer concierto de los Beatles. Volvió deslumbrada. Bioy Casares y Borges estaban en la casa de Mar del Plata de la directora de "Sur", cuando ella, entusiasmada, les hizo escuchar el primer Long Play del cuarteto de Liverpool. De allí, más las recomendaciones de sus sobrinos, nació el gusto de Borges por los Beatles y, por carácter transitivo, de los Rolling Stones. De ambos grupos tenía la discografía completa. No se sabe cuántos discos tenía de Pink Floyd, otro de sus grupos preferidos.
Pero uno de las anécdotas más sabrosas de estos gustos musicales de Borges se produjo en España, cuando el autor de Ficciones se encontró con Mick Jagger. El cantante de los Stones se acercó al escritor, se arrodilló ante él y le manifestó su admiración: "Maestro, yo lo admiro". Borges, ciego y más acostumbrado a las obras que a las caras, le preguntó: "¿Y usted quién es?" Lo que sigue es magnífico: cuando Jagger le dijo quién era, Borges le respondió que él tenía gran admiración por los Rolling y por la vitalidad de su música. Mick, lector fanático del escritor, estaba sin aliento. Lamentablemente no quedan muchos más detalles de esa charla casual e histórica entre los dos genios.
Por otro lado, en lo referido a la pasión de Borges por Pink Floyd, su esposa María Kodama contó que en sus cumpleaños, en lugar del Happy Birthday, prefería que le cantaran algún tema de The Wall, editado por Roger Waters and company en 1979. Incluso cuando Alan Parker la llevó al cine en 1982, Borges la vio en repetidas ocasiones y Kodama asegura que se sabía los diálogos de memoria. Cosas de Borges.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)
Se sabe que a Jorge Luis Borges no le gustaba Carlos Gardel, porque consideraba que había arruinado el tango, y que sentía aversión por Beethoven. También es verdad que el creador de El Aleph se reconocía "sordo musical", aunque tenía muy buen oído para el sonido de las palabras. Cierta vez, Victoria Ocampo, en ese entonces con 74 años, hizo uno de sus habituales viajes a Londres. Y allí presenció el primer concierto de los Beatles. Volvió deslumbrada. Bioy Casares y Borges estaban en la casa de Mar del Plata de la directora de "Sur", cuando ella, entusiasmada, les hizo escuchar el primer Long Play del cuarteto de Liverpool. De allí, más las recomendaciones de sus sobrinos, nació el gusto de Borges por los Beatles y, por carácter transitivo, de los Rolling Stones. De ambos grupos tenía la discografía completa. No se sabe cuántos discos tenía de Pink Floyd, otro de sus grupos preferidos.
Pero uno de las anécdotas más sabrosas de estos gustos musicales de Borges se produjo en España, cuando el autor de Ficciones se encontró con Mick Jagger. El cantante de los Stones se acercó al escritor, se arrodilló ante él y le manifestó su admiración: "Maestro, yo lo admiro". Borges, ciego y más acostumbrado a las obras que a las caras, le preguntó: "¿Y usted quién es?" Lo que sigue es magnífico: cuando Jagger le dijo quién era, Borges le respondió que él tenía gran admiración por los Rolling y por la vitalidad de su música. Mick, lector fanático del escritor, estaba sin aliento. Lamentablemente no quedan muchos más detalles de esa charla casual e histórica entre los dos genios.
Por otro lado, en lo referido a la pasión de Borges por Pink Floyd, su esposa María Kodama contó que en sus cumpleaños, en lugar del Happy Birthday, prefería que le cantaran algún tema de The Wall, editado por Roger Waters and company en 1979. Incluso cuando Alan Parker la llevó al cine en 1982, Borges la vio en repetidas ocasiones y Kodama asegura que se sabía los diálogos de memoria. Cosas de Borges.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)