10 abril 2013

La monja que robaba para ir al casino

Por Humberto Acciarressi

La hermana Mary Anne Rapp no es una mujer cualquiera. En primer término, se trata de una monja católica en los Estados Unidos, algo que ciertamente no es muy habitual. En segundo lugar, y esto es más grave, la religiosa es una chorra de aquellas, que parece escapada del célebre tango de Enrique Santos Discépolo. Y si no dejó colgado en la ganchera a ningún tipo, es porque no le está permitido casarse, y ni siquiera noviar.

Para colmo de males -lo que en otros tiempos la hubiera puesto de cabeza en una hoguera-, Mary Anne no robó a uno de los tantos millonarios que pululan cerca de su parroquia en Manhattan. No. La hermanita se levantó 130 mil dólares de dos parroquias de barrios pobres de Nueva York, dado lo cual habría que postularla para el Infierno en el que ella debería creer.

Lo único que corre a su favor es que la monja se declaró culpable y ahora enfrenta un máximo de seis meses de cárcel cuando sea sentenciada en julio. Para mí es poco tiempo entre rejas, especialmente si fue alguna vez monja de clausura acostumbrada a las encerronas prolongadas.

Sin embargo, lo que más indignó a los feligreses es que Rapp confesó que robó esa enorme cantidad de plata para gastarla en casinos y casas de juego, ya que tiene una adicción que no se pudo sacar ni con todos los hábitos eclesiásticos. Y un dato para tener en cuenta es que estuvo robando durante cinco años. No una semana o un mes. Le sacó la comida de la boca a los indigentes por un lustro.

Por su lado, el fiscal Joseph V. Cardone, que tuvo a su cargo el caso de la hermanita ladrona, le confesó a los periodistas que en sus veinte años de experiencia es la primera vez que se acusa de algo a una monja. Sin embargo recordó varios casos de empleados de iglesias y de un cura que también tenían "la mano larga", en sus medidas palabras. Mientras espera la sentencia, Mary Anne deberá someterse a una cura de la ludopatía que padece. Por las dudas, guarda con los bolsillos.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)