Nacida un 10 de diciembre en Ucrania y muerta un 9 del mismo mes en Río de Janeiro, es casi imposible no dedicarle unas líneas a Clarice Lispector, la escritora brasileña con mayor proyección internacional y con más lectores en nuestro país. La editorial Corregidor, que tiene en su catálogo casi toda su obra, inició este lunes una semana de homenajes que llevan por nombre "La hora de Clarice", que culminarán el sábado de 16 a 20 en la plaza del Museo del Libro y de la Lengua, en Las Heras 2555. Esta celebración tiene mucho del célebre Bloomsday, de Joyce, y para el cierre contará con dos plataformas principales: una con lecturas, performances y música; y otra con un taller de artes plásticas para niños y adultos. Obviamente habrá un panel en dónde se exhibirán ejemplares de la Biblioteca Lispector de la editorial.
Clarice murió de cáncer en 1977, a los 56 años. A diferencia de la uruguaya Delmira Aguistini o de la trágica argentina Alfonsina Storni, Lispector -una de las voces más fascinantes de las letras brasileñas- está más cercana a nuestra Alejandra Pizarnik. No sólo por su concepción poética, sino además porque ambas se han convertido en mitos, en literatas de culto, así como Sylvia Plath en los Estados Unidos. Aunque parezca que la trama de sus escritos son lo de menos -alguien, en cierta oportunidad, dijo que Clarice era una escritora en busca de un argumento-, para leerla hay que entender ciertos códigos que no pueden separarse de su sensibilidad y su arte poética, que exige de sus lectores meterse de cabeza en las profundidades de su mar de letras y conceptos.
Clarice tuvo una vida bastante extraña (otro parecido con nuestra Pizarnik), que hasta la llevó a concurrir a un congreso de brujas en Colombia y cansar a sus amigos hablando de la muerte. Alguien había echado a correr la versión de que esta mujer nacida en Rusia, llegada a Brasil a los dos meses y alguna vez retratada por Giorgio de Chirico, era hechicera. Su biógrafa Nádia Battellla Gotib ("Clarice, una vida que se cuenta") señaló en una oportunidad que Lispector "mentía muchísimo respecto de su vida" y que siempre "estaba tratando de borrar sus propias huellas". Eso no debe ser demasiado importante. Ella, entre cuentos, poemas, ensayos y crónicas periodísticas, escribió: "No hay hombre ni mujer que no se haya mirado en el espejo y no se haya sorprendido consigo mismo". Y a veces eso no gusta demasiado. Pero con Clarice Lispector pasa como con los grandes amores. Una vez que se ha entrado en ellos, es muy difícil salir y mucho menos olvidar.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)