El psicópata Ted Bundy, allá por los años 70, asesinó en un enjundioso periplo por diez estados norteamericanos a más de 400 mujeres. Ya en la galería de la muerte, le reveló a los guardiacárceles que tenía la intención de batir todos los récords en la materia. Si no fuera trágico, sería una estupidez infinita, la fantochada de un humanoide deseoso de llamar la atención. Es cierto que otros no son tan peligrosos para los demás, pero sí una amenaza para el buen gusto. Por ejemplo aquel tipo que se calificaba a sí mismo como un “comedor profesional” y que para ingresar en el Libro de los Récords se comió 66 panchos en doce minutos y le ganó al seis veces campeón mundial Takeru Kobayashi, un japonés en vías de subdesarrollo mental, que dijo basta con 63 panchos en la buzarda. Lo que provoca pena es que el tercero, con 49 panchos -lo cual es vomitivo-, ni fue tenido en cuenta.
El hombre más alto del mundo que se casa con la enana más diminuta; un tipo que mide centímetros y se saca fotos con una regla; quince mil desnaturalizados cerebrales que hacen ejercicios al unísono para juntar el sudor y entrar en el Libro de los récords; 641 parejas que se hacen masajes colectivos en Bangkok; 138 paracaidistas que se tiran tomados de las manos a 354 kilómetros por hora. La lista es infinita. Y como ya se ve, puede ir de asesinos seriales a un tal Kosén, que calza zapatos número 62 y se somete a todo tipo de cargadas con tal de que sus nietos digan que el abuelo era un tarado, pasando por la mujer que se deja crecer las uñas hasta los seis metros cada una y que no tiene empacho en espantar a cualquier hombre con tal de figurar en el Libro famoso.
La lengua más larga, el dedo gordo más ridículo, la nariz en el cuello, el pie más oloroso, la suciedad acumulada por más tiempo, la risa o el llanto de mayor cantidad de horas, la pareja con casi 70 hijos, que entran en el Guinness pero no pueden darles de comer y se les muere uno todos los días. Se sabe que, salvo algunos casos, la mayoría de los que integran el "célebre" y variado listado lo hace porque buscó desesperadamente hacerlo. Aguantó para eso burlas, hambre, carencias de todo tipo, abusos de su salud. Suicidas en potencia que el día que se comen cien hamburguesas en quince minutos tienen su lapso de fama y después mueren de una crisis hepática, solos como perros en un hospital de morondanga. Eso sí. Logran entrar en el Libro Guinness de los Récords.
(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)