El stalinismo no está muerto en Rusia. Stalin dejó este mundo en 1953; en la última década del siglo XX desapareció la URSS; y las censuras de todo tipo pasaron a ser patrimonio exclusivo del ganador de la contienda ideológica, el capitalismo. Claro que los distintos tipos de macartismos y prohibiciones se esconden bajo diferentes disfraces y, en verdad, nunca se diferenciaron demasiado de un bando a otro. Hubo inquisiciones católicas, también protestantes en la Ginebra calvinista o en los pagos de Salem durante la quema de brujas, y las hubo (y hay) judías en la Franja de Gaza y Palestina.
Ahora, un grupo de música compuesto por tres mujeres, ya mencionadas en esta columna, las Pussy Riot, están en el banquillo de las acusadas por haber cantado un tema crítico de Vladimir Putin en una catedral moscovita. La letra no es muy diferente a cualquiera de las bandas punks inglesas o alemanas de fines de los años 70. Pero para ellas - Nadejda Tolokonnikova, María Aliójina y Yekaterina Samutsévich - piden entre cinco y diez años de cárcel. El actual presidente ruso y ex jefe de los servicios secretos del país, no las perdona. A Madonna, que defendió a las chicas, el vice primer ministro ruso, Dimitri Rogozin, la calificó en su cuenta Twitter de "vieja p...". Un tarado con todas las letras.
El asunto es que el caso de las Pussy Riot (cuyas imágenes recorren el mundo encerradas en jaulas y con grilletes en las muñecas) pone de cabeza a todo el mundo del arte, desde Sting hasta Danny DeVito. Curiosamente, en Rusia, el ambiente cultural está dividido: quienes las defienden y los que dicen que actuaron en la catedral para provocar lo establecido (lo cual, en todo caso, es el fin de toda obra verdadera de acuerdo a la filosofía del arte). Mientras, desde sus celdas, las Pussy Riot instan a derrocar a la "oligarquía autoritaria" de funcionarios corruptos y multimillonarios leales al Kremlin. Y el gran director Nikita Mijalkov, amigo de Putin, condenó la acción de las rockeras. Nunca falta quien quiere ser más papista que el Papa.
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)