Por Humberto Acciarressi
Publicaciones de todo el mundo recogen una historia insólita, aunque no huérfana de romanticismo y desengaño. Uno de los dos protagonistas es un joven de 18 años, Ngurah Alit, que conoció en un campo cercano de su casa en la isla de Bali, Indonesia, a la otra figura central de esta historia. Ella, mimosa, estilizada y elegante, es (era) una vaca cuyo nombre se ignora.
Lo profundo de la relación entre ellos sólo la conocieron el muchacho y el bovino, pero lo que causó estupor en el pueblo lo vieron muchos testigos. No vamos a andar con vueltas. Ngurah y su manchada amiga estaban teniendo sexo. Ninguno de ellos parecía incómodo. Sin embargo, el caso llegó a la policía y los tribunales locales, donde el pibe -al escuchar aterrado como lo acusaban de violación- se defendió enfatizando que la vaca lo sedujo. Ni más ni menos. Lo bizarro no quita lo real.
Los jueces no le creyeron y la vaca, obviamente, no pudo testificar. La condena pretendió ser ejemplar: lo obligaron a casarse con el animal, no sólo por Civil sino también por Iglesia. El muchacho temblaba, lo que muchos leyeron como que no tenía intenciones nobles con la vaca, sino que era apenas un Matías Alé indonesio. Nunca sabremos si la pobre novia estaba enamorada y soñaba un futuro con terneritos con los ojos del padre. Así el joven y la chica llegaron al altar. Por supuesto, había más curiosos que invitados a la boda. Muchos de ellos con cámaras fotográficas y filmadoras.
Cuando el funcionario público comenzó a casarlos, la madre de Ngurah se puso a gritar histéricamente. No la pudieron contener. El hijo, sudado y nervioso, la acompañó en el llanto, como una especie de Marcelo Iripino o un Mariano de la Canal. Luego cayó al suelo como una piedra, ante la mirada de los curiosos y de la novia. Los jueces se apiadaron y resolvieron purificarlo metiéndolo en el mar. Pero para cumplir con el rito espiritual tenían que matar a un animal y como no había otro a mano, liquidaron a la vaca. Si esto no es violencia de género, ¿qué es?
(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)